Abul Hisham es pintor, es de Kerala y es una de las personas más talentosas que he conocido en mi vida. Mediante su oficio es capaz de capturar instantes y luego exponer aquellos momentos mundanos en espacios sagrados. De esto se trató su última presentación en los Open Studios de la Rijksakademie donde convirtió su estudio en un lugar donde lo profano quedaba en pausa mediante la exhibición de sus pinturas y de hermosos trabajos en madera.
Yo ya llevo años enredada en los estudios religiosos, principalmente en la universidad, leyendo a Eliade, Kandinsky, Mistral, Tarkovsky y tantos otros, esto hace que mis espacios sagrados estén cargados de teoría y pensamiento, muy distinto al caso de Abul que simplemente despliega la sacralidad porque, bueno, es un genio y no necesita estar como yo gritando las cosas a los cuatro vientos.
Una tarde descubrimos que nuestros cumpleaños están exactamente en los extremos opuestos del calendario, él el 14 de octubre y yo el 14 de abril, Abul me dijo “Ah! That’s why we are attracted to each other!”, entonces pensé en todas las veces en que él se ha interesado por mis asuntos: por las cosas que leo, cuando dice que soy una intelectual, la vez que me trató de cyborg, cuando me ha dicho “ah cómo estai Danae, tú siempre ahí con tus libros”. En esos momentos me daba risa que aquella fuera la imagen que él tiene de mí. Este hombre, que es verdaderamente un genio, me quiere y me cristaliza como una mujer que lee y que piensa. Quizás si me pintara me retrataría con un libro bajo el brazo.
Todo esto me lleva a concluir que mi espacio sagrado es la escritura, también los libros y lo que saco de ellos. Por mucho tiempo pensé que yo era la filosofía y Abul la religión y que ambos espectros estaban en oposición. Una vez sentí mucho miedo tras recomendarle varios libros para leer y después rumbo a mi casa me imaginaba que con el acceso a la perdición de la teoría su genialidad se deshacería para siempre y se pondría a hacer ese arte pésimo con agenda y explicaciones hueonas que invade todo el circuito estos días. En esa ocasión corrí a buscarlo al día siguiente para suplicarle que no leyera nada pero él me supo tranquilizar, entendió mi preocupación pero me aseguró que no se corrompería con las lecturas y que su arte estaba protegido. Le creí absolutamente todo porque vi en él la comprensión total que tiene de la trascendencia y de cómo la hace aparecer en su trabajo. Ahora entiendo que si bien estamos en oposición, religión somos los dos, somos pura transparencia el uno con el otro. Yo soy el pensamiento apasionado y él es el hechicero que me hace ver las cosas con simpleza y claridad. Él es el camino a la síntesis que no dejo de buscar.