Un aspecto fundacional del marxismo es el desarrollo teórico respecto a la explotación de la clase trabajadora. Hoy podemos identificar con claridad cómo los propietarios de los medios de producción son parásitos que lucran con el trabajo ajeno y quienes anhelamos el socialismo sabemos que los primeros que caerán cuando llegue la revolución serán estos capitalistas.
Pero no hemos identificado con la misma energía y animadversión a los jefes o gerentes. No tan sólo como pequeñoburgueses guardianes de la propiedad privada sino que también en un sentido estricto de justicia laboral con el que millones de trabajadores alrededor del mundo pueden empatizar. Hoy todos sueñan con convertirse en jefe y a nadie le parece mal que exista una figura en la organización que no haga nada y gane más que todos. Los sindicatos luchan por migajas y sus demandas son sometidas al escrutinio público mientras los sueldos de los gerentes nunca son cuestionados.
Es porque estamos perdiendo esa lucha en el sentido discursivo. Hoy el jefe está reconvertido en “líder”, se ha situado en una posición deseable para el resto de la población detentando supuestamente valores como la creatividad, la visión estratégica y una especie de capacidad mística para guiar equipos que se tiende a considerar la clave absoluta de cualquier cosa que se desarrolle. Se asume que sin Steve Jobs nadie hubiera inventado ninguno de los dispositivos de la empresa Apple a pesar de que Jobs ni siquiera tocó un tornillo y que en realidad todo lo hicieron personas inteligentísimas con títulos universitarios que les costaron años de estudios y constante perfeccionamiento. Asimismo jefes nos quieren hacer creer que el trabajo duro que hacemos junto con nuestros compañeros no consistiría más que esfuerzos desorientados sin su supervisión, por mucho que en nuestras narices veamos al jefe flojear todo el día y sólo despertar para recibir elogios por un trabajo en el que no jugó rol alguno.
Los trabajadores debemos empezar a entender que la organización horizontal y comunitaria es la clave para producir de manera justa y a la vez eficiente. Que la presencia de un jefe sólo genera molestias y es la encarnación misma del aprovechamiento, el mismo aprovechamiento que Marx describió al explicar la explotación. En la tradición más marxista debemos comprender con mucha claridad cuánto vale nuestro trabajo para decir con seguridad “esta cosa concreta que yo produzco tiene un valor significativamente más fundamental que las horas de vagancia de mi jefe denominadas “dirección estratégica” por lo tanto obviamente merezco ganar más plata que él, de hecho su presencia ni siquiera es necesaria porque con mis pares podemos sacar adelante este trabajo en comunidad”.
Es un abuso que quienes están en posiciones de poder crean merecer mayores sueldos que los trabajadores, quienes son los que en primera instancia hacen el trabajo valioso. La literatura política puede demostrar esta injusticia pero no será suficiente hasta que ganemos la batalla en el campo cultural, hasta que todos sepamos y coincidamos en que todo jefe no es un líder ni un guía imprescindible, sino un simple parásito.