Siempre ha sido notorio el resentimiento de los sectores de derecha por tener muy pocos referentes culturales que adscriban a sus ideas. Por otro lado a la izquierda nunca le faltan nombres en el mundo del arte con quien aliarse para sus propósitos políticos.
Sin embargo, existen no pocos casos de artistas extremadamente talentosos que, por lo general cuando ya están viejos, comienzan a adoptar ideas propias de las facciones conservadoras.
En un principio es difícil entender casos como el de Yukio Mishima, uno de los mejores escritores del siglo XX, una persona con una evidente sensibilidad para registrar lo más profundo de la condición humana, y su decisión de dedicar los últimos años de su vida a formar un ejército paramilitar ultranacionalista y finalmente suicidarse en medio de un fallido golpe de estado.
O el caso de Morrissey, cantante que magistralmente interpretó ideas en clara conexión con la justicia social como el odio al trabajo y la brutalidad de la industria de la carne, y que en los últimos años ha manifestado su preferencia por ideas que son interpretadas como conservadoras.
En mi opinión, esta aparente disociación no es tal. Los artistas buenos son buenos por su visión anti conformista, una condición que en los más talentosos excede las lógicas partidarias. De esta forma se explican situaciones como la relativa simpatía de Jorge Luis Borges por los gobiernos autoritarios o la ferviente religiosidad católica de Gabriela Mistral.
Considero además que el complemento de todo esto es el carácter tradicionalista al interior de los organismos oficiales de izquierda, los cuales combinan una moral que privilegia la victimización con la presencia de individuos que, desde el trauma o la legítima convicción, vieron como un objetivo final la posibilidad de encontrar un lugar de trabajo y una red de relaciones útiles y estables. Por lo mismo, estos grupos de izquierda, condenan firmemente a quien cuestione sus ideas políticas, ideas que en cierto punto, se transformaron en dogmas tan infranqueables como los del partido más de derecha. Un ejemplo muy claro de esto es la crítica severa que recibió Raúl Ruiz por su película Diálogos de Exiliados en la que satirizó a la comunidad que vivía en Francia escapando de la dictadura de Pinochet, caracterizándolos como flojos, altaneros y totalmente desconectados de la realidad popular.
Finalmente, la contradicción obedece a que se trata de un problema de dos esferas pertenecientes a órdenes demasiado distintos: el arte y la política. En consecuencia, creo que este análisis permite distinguir a los artistas que se aproximan al arte como un trabajo racional en contraposición con aquellos que son artistas por razones casi espirituales, porque no lo pueden evitar. Los primeros encajan bien en la orgánica partidaria con sus obras “con significado social”, y los segundos difícilmente podrían comprometerse con una militancia política tradicional porque, en palabras de Andrei Tarkovsky, son sirvientes de aquella fuerza que los hace crear.
No es que Morrissey, Mishima o Knut Hamsun se hayan vuelto seguidores de las ideas de Milton Friedman, por supuesto que no. Por el momento simplemente siento mucha curiosidad por el proceso que los lleva a seguir esas ideas fachas, lo asocio un poco al momento en que las visiones progresistas del pasado se convierten en el establishment del presente. Evidentemente los mejores artistas nunca serán el establishment, mucho menos las víctimas de nadie, son personas poseídas por una fuerza pionera que realmente los deja en las posiciones más inesperadas del compás político.