He estado leyendo sobre PETA a partir del libro Eating Animals de Jonathan Safran Foer (hice una pequeña reseña en mi Goodreads). Todos tenemos claro más o menos el tipo de intervenciones que PETA hace de hecho ya constituye un hito lo de tirar pintura a las personas que usan abrigos de piel de animal. Por este libro supe de muchas otras acciones que hacen, como repartir panfletos dirigidos a los niños que dicen “¡Tu papá mata animales!”, pedir a los Pet Shop Boys que se cambiaran de nombre a Rescue Shelter Boys o poner un mapache muerto en el plato del almuerzo de la editora de Vogue, Anna Wintour.
Son acciones que descolocan, uno tiende a decir “yaaaa” seguido de una tendencia a reírse como tonto. Desde ese punto o lo encuentras ridículo e ignoras el asunto de la tortura animal o admiras profundamente la energía y convicción de estos activistas.
Cualquiera sea la posición que uno tome, algo es indiscutible: nadie querría ser víctima de una acción de PETA. La carrera de una figura del espectáculo puede arruinarse para siempre, lo mismo con las marcas de los restoranes que venden cadáver de animal torturado o de los laboratorios de las empresas de cosméticos denunciadas por experimentar cruelmente con animales. En efecto, el libro de Safran Foer explica cómo muchos ejecutivos de empresas mantienen negociaciones regulares con oficiales de PETA para evitar ser denunciados públicamente por el grupo. Les temen.
El lema de PETA no puede más de sencillo: “los animales no son nuestros, no son para comer, no son para vestir, no son para experimentar con ellos ni para usarlos como entretenimiento”. Sencillo y revolucionario.
Ha sido un descubrimiento lamentable para mí ver cómo el activismo, la sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales o como quieran autodenominarse, coexisten en un medioambiente con reglas que apenas difieren del capitalismo más rancio: un libre mercado donde estos profesionales buena onda viven pendientes de la plata, odiándose entre ellos y vendiendo humo a la gente que los financia. Es una industria que ha sido tan arrastrada por el deseo del dinero que terminan haciendo puras cosas inútiles y cobrando cantidades obscenas por aquello. No olvidemos que la denominación “sin fines de lucro” sólo significa que las utilidades no se extraen, no implica la imposibilidad de asignarse sueldos millonarios ni la formación de tóxicas redes de poder.
Un manto de cinismo los cubre, reniegan y se burlan de la acción directa para hacer estudios que nadie lee, congresos entre la misma gente siempre y hacen del chupar pico una carrera protegiéndose ante las críticas con la idea de que están “haciendo política”.
Las verdaderas revoluciones sociales no son tan intrincadas ni requieren una industria de lameculos. Históricamente han sido acciones directas como una mujer negra en la micro no parándose del asiento de los blancos o el pueblo parisiense asaltando la Bastilla. Nunca se necesitaron ni foros multisectoriales, ni alianzas con los poderosos disfrazadas de “política”. Una huelga no necesita un estudio financiado por un organismo internacional y las marchas que hacen temblar a los gobiernos no las organizan las ONG.
Admiro a PETA porque mantienen permanentemente y entre ceja y ceja su misión, porque no se han ido por las ramas que conducen a la cooptación, porque les importa un pico el acoso de miles de idiotas que se quieren hacer los listos a costa suya y les alegan como si ellos fueran el problema. Los admiro por no buscar soluciones buena onda con los enemigos sino por hacer una revolución.