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Gepe from the block

Mucho se habla de lo penca que está la música de Gepe en sus últimos trabajos. Gran verdad que me tiene sin cuidado. No es el primer músico que se vuelca a hacer canciones malas y a jurarse mino con el afán de ganar popularidad. Tampoco será el último.

Pero escuchando su más reciente disco, Estilo Libre, hubo algo que me enfureció a la primera oída.

Sus nuevos sonidos dignos de Juanes y toneladas de letras insípidas dieron paso a la canción Punto Final, lo que parece ser una oda a San Miguel, a Gran Avenida, al sur de Santiago. Justamente de donde yo vengo.

La reivindicación a mis orígenes es algo que siempre me ha apasionado, es de donde escribo, es desde donde entiendo todo lo que me pasa y lo que le pasa a esta sociedad desigual que es la chilena. Entonces llega este gallo a cantar del asunto y no le compro absolutamente nada.

Es cierto que por un lado aparece como agravante el tipo de músico en que se ha convertido Gepe, no resulta creíble que un tipo bueno para poner la cara para vender ropas y bebidas alcohólicas de cuicos incorpore a sus referencias elementos que intentan retratar una profunda cultura popular ¿Dónde va a cantar esta canción? Seguramente en esos antros que con tanto gusto reciben a los músicos “independientes” para que se codeen con gente de la clase alta que llega a buscar supuestas tendencias alternativas auspiciadas por marcas de zapatillas y de whiskys ¿Cómo no va a dar rabia imaginarse a esa gentuza cabeceando canciones sobre Gran Avenida?

Pero lo relevante de analizar es que la falsedad de Gepe no termina en su quehacer servil a la clase alta. Hay algo más que me hace desconfiar. Podemos para esto pensar en el caso de Jorge González. Tanto Gepe como González son de San Miguel, los dos han tenido que rodearse de gente terrible de origen acomodado debido a su carrera, los dos han cantado al barrio en el que vivieron una vez y del que han emigrado buscando mejores lugares ¿Por qué una le cree a González y a Gepe no?

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San Miguel de Los Prisioneros debe ser una de las canciones más hermosas de la banda de González, aborda el mismo tópico que Gepe de “no haber cambiado tanto” o “seguir siendo el mismo” y una, como un animalito que sabe en quién confiar y en quién no, acude sin dudar hacia San Miguel, hecha con respeto y con los talentos de Jorge González empleados en su punto máximo. El resultado es un derroche de emotividad desde donde se respira la Gran Avenida, el hospital Barros Luco, las idas al Bio, los amigos y parientes que viven hacia la carretera. González golpea con una autenticidad brutal mientras que Gepe intenta parecer auténtico mediante técnicas extremadamente forzadas que al quedar en evidencia se confunden con gestos insultantes: ¿Por qué Gepe pronuncia mal las palabras en su canción? ¿Acaso en el sur de Santiago no sabemos hablar? ¿Por qué cree que está bien justo en esta canción ponerse a rapear unos versos insulsos? ¿Porque los pobres rapeamos? Gepe presenta un trabajo que podría perfectamente acomodarse a una teleserie barata de TVN ambientada en San Miguel, haciendo de su imaginario sobre el sur de Santiago una caricatura que quiere hacer pasar como choreza. Lo mismo pasa cuando invita a Wendy Sulca a sus canciones, jurando de guata que lo hace porque la valora como artista y no por la atmósfera permanente de talla tácita que rodea a la peruana debido a que la gente de YouTube encuentra hilarantes sus canciones folclóricas sobre tomar leche desde la teta materna. Obviamente a Sulca, Gepe la inserta en un entorno estético completamente estereotipado de la cultura andina donde en el respectivo videoclip él aparece vestido estilo peruano-chic encima de una mesa poniendo caritas a la cámara mientras gente del altiplano se comporta como caníbales incivilizados bajo sus pies.

Eso es lo interesante del caso Gepe, es un ejemplo clarísimo de cómo todas las teorías de las subjetividades múltiples son puestas en jaque por algo que es muy difícil de delinear como es el instinto humano. A posteriori podemos establecer todas estas razones por las que a Gepe no se le cree nada pero lo fascinante es que al momento de escuchar su propuesta no te demoras ni dos segundos en desconfiar de él.