El niño más bacan de la playa iba grupo por grupo con su guitarra ofreciendo canciones. Cantaba y tocaba súper bien y a cambio le daban algo de plata.
Hasta que llegó donde unos argentinos que le celebraron la cancioncita y después le pidieron prestada la guitarra.
No se la devolvieron en dos horas y el cabro chico entre que estaba en el grupo sonriendo con el alma vacía o merodeaba por la playa como un niño sin asunto cualquiera. De vez en cuando miraba su guitarra desde lejos porque no se atrevía a pedirla de vuelta o, como le decía a su mamá, porque en realidad ya no tenía ganas de tocar.