Realmente me tomó por sorpresa la noticia, me lo contaron muy a la pasada, sin ningún sentido de importancia y con un dejo de humor. El cantante chileno Luis Jara había tomado la decisión de irse del país y radicarse en Miami, vendió su casa, llevó a toda su familia con él, se compró un departamento en Key Biscayne y declaraba en la prensa que no tenía intenciones de volver.
No estoy muy orgullosa de esto, pero siempre me consideré parte de la diáspora de chilenos que se fueron del país motivados por un resentimiento y una fuerte oposición hacia el modelo neoliberal y su cultura de bajo nivel. Una posición muy extendida no sólo entre estos grupos migrantes sino también entre élites de izquierda que continuan en Chile y que de forma habitual gustan de comentar lo bien que se vive en Europa, la ordinariez de los mall y el asco hacia la falta de educación del sujeto popular.
Luis Jara, por su parte, parecía un hijo sano del Chile post dictadura: éxito profesional como conductor de televisión y como cantante, cariño de la gente (demostrado en una excelente presentación en el Festival de Viña 2016), vida familiar establecida en una casa en Chicureo donde llevaba viviendo veinte años y sobre todo una naturaleza inequívocamente chilena plasmada en su personalidad y en la estética del arte que produce. Su partida entonces no resulta coherente con la idea de un Chile, si bien desigual, óptimo y agradable para quienes habían alcanzado una posición de privilegio.
Este caso me llevó a profundizar en la fascinante comunidad de celebridades chilenas que se fueron a vivir a Miami, revisé los procesos del actor Felipe Viel, del cantante Douglas y de mi ídolo del fútbol Iván Zamorano. Ellos y sus familias forman parte de un éxodo que partió hace más de cinco años y hoy todos viven en casas bastante parecidas a las de Chicureo y se distraen con panoramas no muy distintos a los que tenían acceso en Chile: ir a comprar al mall, organizar asados y de vez en cuando hacer una actividad propia de la clase acomodada como jugar al golf o andar en lancha.
Me puse a pensar qué cosas tienen en común los chilenos de Miami y llegué a unas conclusiones: a Luis Jara lo han acosado toda la vida por feo, porque se operó la nariz, porque habla inglés mal; Felipe Viel es un descendiente de aristócratas cuya vocación artístico-televisiva no debió caer bien en su entorno familiar; Iván Zamorano a pesar de ser un futbolista excelente y un orgullo del deporte nacional soportó años de roteo además de múltiples burlas por su forma de hablar; Douglas también era motivo de sorna por cantar música cebolla y por supuesto por el pecado mortal de llamarse Douglas Rebolledo.
Los famosos chilenos en Miami podrían ser la prueba de que el autoexilio de tantos chilenos no responde solamente a asuntos de índole material como quienes se van a estudiar a Argentina porque es gratis, quienes trabajan en California porque pagan mejor, quienes se radican en París para acumular capital cultural. Mi impresión es que desde Miami ellos hacen visible una motivación aún más transversal que ha experimentado la mayoría de esta triste diáspora global, esa motivación es el entorno insoportable compuesto de burlas, opiniones no solicitadas e incluso el sabotaje hacia quienes no quieren ajustarse al orden cultural de una comunidad determinada. En mi opinión esta es una característica tan primordial de la identidad chilena, aquel fenómeno en el que tu propio entorno se articula automáticamente para controlar cualquier divergencia, no fue la clase alta la que más festinó con Zamorano o con el mal inglés de Jara, sino personas de los mismos entornos populares de donde ellos provienen. Un caso similar puede ser el del sociólogo Alberto Mayol, constantemente criticado por sus propios pares y por los mismos circuitos de izquierda que él frecuentaba por razones absurdas como salir mucho en televisión y por escribir con demasiada celeridad sus libros sobre la contingencia política, todo esto termina con Mayol emigrando a España dejando atrás codiciadas posiciones académicas y una sólida presencia en medios de comunicación.
Este modelo relacional tiende a perpetuar sistemas estancados y mediocres. Es un modelo incompatible con el dinamismo que un país necesita para progresar. Miami es un lugar horrible, hay que ir en auto a todas partes, es sumamente segregado, todo se centra en el consumo, está lleno de gente ignorante y cualquier día te pueden matar en un tiroteo, a pesar de esto, en comparación con Chile, Miami emerge como un refugio amigable y apto para un desarrollo personal más pleno y una vida familiar bastante más sana comparado con lo que se puede aspirar en la copia feliz del Edén.
Hoy es común ver en los diarios de circulación nacional cómo los profesionales exitosos son tentados con la opción de vivir una vida mejor en Estados Unidos y formar parte de estas comunidades del mundo del entretenimiento y los negocios. En los sectores más intelectualizados que tienen una larga tradición de fantasear con Europa y con la posibilidad de disfrutar los frutos de su socialdemocracia, el interés ya no es sólo de veinteañeros queriendo pasar una temporada en alguna universidad para volver al año y creerse cosmopolita en algún sucucho de Ñuñoa, hoy abunda la gente dispuesta, tal como los chilenos de Miami, a experimentar el trauma de cortar de forma permanente los lazos familiares, sociales y profesionales para empezar todo de nuevo, muchas veces en condiciones menos prestigiosas que las que se detentaban en Chile, incluso he sabido de abogados especializados en buscarte alguna nacionalidad europea y de amigos utilizando ese servicio que hoy esperan ansiosos el anhelado pasaporte. En múltiples ocasiones se planteó que Chile era un buen lugar para quienes habían alcanzado una posición de privilegio, sin embargo hoy hay un éxodo masivo que demuestra todo lo contrario y en un país cada día más pobre y más odioso no se ve muy esperanzador el proceso de reemplazo de esta clase de profesionales que simplemente decidió mandarse a cambiar.