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Después de cuatro años siendo profesora

Cuatro años que se acabaron. Con inmensas satisfacciones profesionales y personales, sin embargo también con frustraciones importantes: la incomodidad de hacer la misma clase por cuarto año consecutivo, colegas desprovistos de entusiasmo que llevan décadas en la institución, la prevalencia de las agendas al momento de diseñar los currículum, y sobre todo la convicción de que es casi imposible propagar el arte en semejante contexto.

Durante el período en que estuve haciendo clases estuve principalmente encargada de estudiantes de tercer año de un total de cuatro años de pregrado. Una vez tuve que cubrir un curso de primer año, chicos recién llegados a la academia de arte. Me sorprendió todo lo que tenían que decir, su ardor, las ideas nuevas. En ese momento me di cuenta cómo la pasión iba disminuyendo con el tiempo y moldeándose a las ideas impuestas por la academia y por los profesores, ideas por lo general del neoliberalismo de izquierda que hoy es el requerido en el entorno del financiamiento de las artes, esto es temáticas como la diversidad, las identidades que exacerban lo individual, reflexiones genéricas sobre ecología, entre otras. Resultaba evidente la conexión con el pedagogo español Samuel Gili Gaya definiendo la escuela como “engañadora de esperanzas y matadora de realidades en la criatura”.

Pero lo intenté y fui inmensamente feliz en varias oportunidades, fui recompensada con la lealtad incondicional de ciertos estudiantes que incluso colaboraron conmigo en mis propios proyectos artísticos, con la gratitud de padres que sabían de mis clases. Decía Gabriela Mistral “cuando yo he hecho una clase hermosa, me quedo más feliz que Miguel Ángel después del Moisés”. Aquellas fueron mis clases revisando Politics and the English Language de George Orwell o mi clase sobre place hacking en la que entrábamos a hurtadillas en los edificios de Rotterdam para contemplar la ciudad desde alturas inaccesibles.

Supongo que desaconsejaría a un joven recién salido del colegio respecto a entrar a una escuela de arte, difícilmente lo beneficiaría en términos económicos ya que todos son pobres en el circuito y seguro que tampoco sería un gran aporte en el desarrollo de su práctica, primero porque ésta se puede avanzar de forma autodidacta y segundo porque tendría que someterse al lavado de cerebro que describí que sólo lo llevaría a un lugar sin emociones genuinas que son las que al final del día nos producen el estremecimiento que tanto amamos de las obras artísticas.

Esta semana los estudiantes volvieron a clases, los observé a distancia, conversaban entre ellos, vestían su ropa horrible, miraban sus celulares. Jóvenes encerrados en una burbuja extremadamente alejada de la vida de las mayorías, un lujo sin duda pero utilizado de una forma yerma porque no aprovecha el privilegio de estar cuatro años sin obligaciones sustanciales para transmitir la intensidad del alma, por el contrario, aquellos cuatro años son dedicados a un entrenamiento aburridísimo para subsistir en un entorno banal que sólo propaga el proyecto neoliberal.

 

Oración de la Maestra
Gabriela Mistral

¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra.

Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.

Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me hieren. No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñé.

Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que no es carne de mis carnes. Dame que alcance a hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y a dejarte en ella clavada mi más penetrante melodía, para cuando mis labios no canten más.

Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada día y de cada hora por él.

Pon en mi escuela democrática el resplandor que se cernía sobre tu corro de niños descalzos.



Hazme fuerte, aun en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre; hazme despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida.



¡Amigo, acompáñame! ¡Sostenme! Muchas veces no tendré sino a Ti a mi lado. Cuando mi doctrina sea más casta y más quemante mi verdad, me quedaré sin los mundanos; pero Tú me oprimirás entonces contra tu corazón, el que supo harto de soledad y desamparo. Yo no buscaré sino en tu mirada la dulzura de las aprobaciones.

Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada o banal en mi lección cotidiana.

Dame el levantar los ojos de mi pecho con heridas, al entrar cada mañana a mi escuela. Que no lleve a mi mesa de trabajo mis pequeños afanes materiales, mis mezquinos dolores de cada hora.

Aligérame la mano en el castigo y suavízamela más en la caricia. ¡Reprenda con dolor, para saber que he corregido amando!

Haz que haga de espíritu mi escuela de ladrillos. Le envuelva la llamarada de mi entusiasmo su atrio pobre, su sala desnuda. Mi corazón le sea más columna y mi buena voluntad más horas que las columnas y el oro de las escuelas ricas.



Y, por fin, recuérdame desde la palidez del lienzo de Velázquez, que enseñar y amar intensamente sobre la Tierra es llegar al último día con el lanzazo de Longinos en el costado ardiente de amor.