Unas semanas atrás alojé una noche en la casa de un matrimonio que había fallecido hace poco sin dejar descendencia.
Todo estaba intacto y había un olor a encierro polvoriento porque había tantos cachivaches en esa casa que pasar el plumero era evidentemente una tarea fundamental que no se estaba cumpliendo.
Prácticamente toda la propiedad era una especie de museo del fallecido dueño. Cada pared estaba llena de fotografías y documentos enmarcados. En las imágenes se podía ver a este señor viajando, compartiendo con cuestionables autoridades políticas y siendo premiado por su labor como demócrata.
El cabro que me invitó, me hizo notar cómo la casa completa era un collage dedicado a la trayectoria de este hombre mientras que sólo en la cocina había un espacio para un despliegue similar de recuerdos de la dueña de casa. Ella usó un formato muy parecido al de su megalómano esposo y repletó una muralla con marcos de foto. Vi su rostro, vi a sus parientes, vi la ciudad de donde venían sus antepasados. Mirábamos y nos daba pena la situación.
Esa noche bajé a hacerme un pan y descubrí el opulento catálogo de electrodomésticos que tenía esta señora en la cocina: cuchillo, rallador y pelador a pilas, un aparato muy feo que envolvía eléctricamente cuestiones en plástico, un horno del porte de una cómoda con decenas de funciones. Volví a la pieza matrimonial y vi que en el rincón donde esta mujer ponía sus cosas había un espejo que ajustaba distintas iluminaciones para maquillarse correctamente de acuerdo a las horas del día.
Este es el punto donde debiera concluir que la señora se compraba tanta lesera para sobrellevar sus represiones. O que simplemente éste era un matrimonio aburrido y con plata entonces comprar cosas innecesarias era una actividad normal.
Pero aquellas explicaciones son demasiado policiales.
Las tecnologías pueden tener una dimensión tan íntima y performativa. Cada uso de un aparato cualquiera define identidades y sitúa al sujeto en una red de significados interconectados. Importa demasiado quién fabrica determinado objeto y por qué. Comprar un dispositivo es firmar un contrato donde casi siempre dejamos que el aparato haga lo que quiera con nosotros.
Me contaron que ella fue quien murió primero y a las pocas semanas falleció su esposo. La casa hay que desocuparla y todo lo que hay dentro va a haber que botarlo a la basura.
One Comment
qué pulento que volvieras.
me gustó mucho el penultimo parrafo. y quiero ir a recoger algunas cosas de las cosas que van a botar, deben haber unos cuchillos bacanes.