Skip to content

Una planta estuvo a punto de morir

Este año he tenido que viajar mucho y apenas he estado en mi casa. Es octubre y creo que desde principio de año no he pasado un mes completo en Santiago.

Cada vez que vuelvo encuentro que mi pieza tiene olor a encerrado, a veces me doy cuenta que alguien durmió en mi cama pero no me alcanzo a enojar.

Sí me da lata cuando veo que mi ficus está decaído porque nadie lo ha regado. Soy insistente con el Milton para que lo riegue pero sé que nunca se acuerda. Me dice que sí pero esas hojitas caídas no mienten.

No quiero que se muera el ficus. Lo compré en el Homecenter cuando recién me estaba mudando al departamento con el Milton y los primeros meses no lo cuidé nada porque no sabía cómo cuidar cosas. Un día lo vi casi muriendo, una rama sola y cuatro hojas amarillas que apenas se sostenían. Rodeado de zapatillas y calcetines huachos. Me di cuenta que no le llegaba el sol nunca, que lo tenía en una esquina oscura porque me lo imaginaba como un adorno, no como un ser vivo que necesitaba la luz.

Desde ese día lo empecé a cuidar. Y la verdad es que no era tan difícil, un ficus no es una planta especialmente delicada. Solo lo empecé a regar todos los días y lo puse en una mesa al lado de la ventana.

Las hojas no tardaron en salir.

Después aprendí que el lado de la planta que daba a la ventana tenía hojas más bonitas que el lado que daba a la pieza. Entonces empecé a darlo vuelta seguido de manera que creciera parejo.
Un día me dio la impresión que el ficus estaba creciendo con menos velocidad, que se estaba incluso quedando estancado. El Javi me dijo que una buena idea podría ser cambiarlo de macetero a uno más grande y fue santo remedio. Como siempre, el Javi estuvo ahí para despejar todas mis dudas y el ficus crecía y crecía. La ramita muerta de veinte centímetros era un pequeño árbol frondoso que media más de un metro.

El ficus tenía vida y era una vida desbordada. Las ramas empezaron a crecer para todos lados y, debido al peso, la planta iba perdiendo altura. Se me ocurrió sacar unas cintas de mi costurero y amarrar las ramas víctimas de la gravedad para que quedarán más próximas a la rama central y apuntando en una diagonal hacia el cielo. El desborde lo estaba dirigiendo yo y mi huella eran pedacitos de género de color.

Cada vez que me despierto en mi pieza es porque me llega el sol en la cara. Me gusta despertar con la luz del día. Las hojas del ficus gigante hacen una sombrita y se ve tan lindo. Quiero despertarme todos los días mirando esa imagen.