Skip to content

Ahora ellos leen feminismo pero son más de lo mismo

Lo empecé a entender a partir de una experiencia que tuve trabajando con un movimiento de izquierda chileno que me parecía de lo más decente. No quiero decir cuál porque no creo que se trate de un caso puntual (son los que hicieron un gran show pobre este año XD) sino que es algo que atraviesa a todas las agrupaciones políticas.

Era por una actividad relacionada con mi trabajo que implicó salir de Santiago. Fui cuatro días seguidos a la sede donde ellos se juntaban y lo primero que noté fue que nunca vi una mujer participando, al menos ninguna que no fuera polola de alguno de los hombres. Cuando pregunté por qué no habían mujeres me dijeron que sí habían, que también habían homosexuales, lo que pasaba es que justo esos días no se habían aparecido.

Yo estaba con unos compañeros hombres de mi trabajo y me sentía ignorada sistemáticamente, a pesar de ser la persona a cargo y a quien se le había ocurrido la idea de la actividad que íbamos a hacer. Supuse que era porque yo no militaba en el colectivo de ellos entonces no teníamos tanto en común como sí lo tenía mi colega. El tema principal del que hablaban entre ellos era de sus triunfos en elecciones, de lo emocionante que era ganar y había una cierta competencia por cuál de los hombres tenía más anécdotas que contar respecto a la figura principal de este movimiento. Que una vez se emborracharon tanto con él, que una vez lo vieron dormir todo el día, que una vez bajonearon juntos un sánguche gigante.

La primera vez que uno de ellos me puso atención real fue cuando a la hora de cenar dije que era vegetariana y él opinó que mi opción alimenticia era «una estupidez». Y eso que este tipo fue el que me cayó mejor.

Permanentemente bromeaban sobre la lucha feminista, decían que era un tema «sin importancia, que no era política real» (lo pongo textual porque durante todo ese viaje tomé notas de lo que me iban diciendo). Reclamaban que sus financistas europeos les pedían abordar temas de género y medioambiente y que terminaban haciendo de mala gana el trabajo sobre esos asuntos, nuevamente apelando a esta idea de la «política real».

Cada vez que hacían uno de estos comentarios (lo que pasaba muy seguido), uno de ellos, el menos obsesionado con hablar a gritos, se me acercaba y me decía «oye estas son bromas que hacemos, no es que pensemos realmente así».

O sea hacían una distinción entre el comportamiento a puertas cerradas y sus opiniones públicas.

Una noche fuimos a la casa de uno de los miembros de este colectivo (ojo que estoy hablando de hombres en posiciones de poder dentro de este grupo, que se dedican tiempo completo al movimiento y tienen cargos). Éramos como ocho hombres y yo la única mujer.

Los chistes sobre mujeres se repetían, yo miraba a mi colega que me comentaba sobre lo inapropiado de todos esos comentarios. Por ejemplo a uno de ellos le decían que era «maricón» por lo que en los asados se tenía que ir a hacer las ensaladas «con las mujeres». Continuaba la fascinación homoerótica por su líder y continuaban los chistes sobre la lucha por los derechos de las mujeres. En un momento tuve que preguntar que hasta cuando seguían con esa broma, que no era ni siquiera graciosa y que era extremadamente sexista.

El dueño de casa, muy amable y algo avergonzado, me dijo que entendía que estaba mal lo que estaba diciendo pero que el problema era que todos ellos habían ido a un colegio de hombres y no sabían comportarse respecto a las mujeres. Me habló también de que estábamos en un contexto de carrete y que en los carretes uno se libera, que, de hecho, él opinaba que «si hay más de dos minas en un carrete todo se pone fome», que él se enojaba cuando sus amigos traían a amigas o parejas a los carretes y que el líder del grupo estaba de acuerdo con él.

Me devolví a Santiago bastante traumada con la experiencia. Obviamente como mujer ya he experimentado montones de violencias en montones de aspectos: acoso sexual, injusticias laborales e incluso ataques físicos en contextos de activismo. Pero esto me afectó especialmente porque evidenció la inexistencia de un proyecto político formal en Chile que pudiera tener bases sólidas feministas.

Pensé en escribir sobre cómo vincular el feminismo con sus luchas de izquierdistas, en contarles sobre las mujeres negras y los derechos civiles, en la profunda veta anticapitalista del feminismo. Ayudarlos.

Pero me dio lata y los eliminé de mi mapa de posibles aliados. Habían cosas más útiles para hacer y entendí que nuestra organización no tiene que hacerse en la cancha de los hombres.

Y ahora hay campaña municipal y su movimiento lleva candidatos cuya publicidad me aparece muy seguido en redes sociales. En este contexto me ha tocado ver como varios de estos tipos que conocí en mi viaje han comenzado a declamar a favor del feminismo en su formato favorito: largos estados de Facebook.

El compañero que opinaba burlesco que el feminismo no era política real hoy dice que cree que es algo «de vida o muerte». El tipo que no quiere mujeres en sus fiestas se queja de «la asimetría de poder entre hombres y mujeres» y el mismo que hacía la broma de que las mujeres hacían ensaladas en los asados habla de los problemas de «condicionar a las niñas al trabajo doméstico».

Me gustaría decirle a estos hombres que la falsedad de su feminismo de tiempos de campaña a mí no me engaña. Me da rabia que tengan compañeras de militancia que los felicitan por ser tan sensibles y me da rabia pensar en tantas hermanas intentando construir alternativas políticas entre medio de hombres que se hacen los empáticos pero que puertas adentro tienen los mismos pensamientos retrógrados que un hombre de la UDI ¿Cuántas veces las dejan liderar a ustedes los procesos? ¿No sienten que para llegar a una posición de poder tienen que demostrar de mil maneras que son capaces mientras a los hombres de su colectivo les basta con ser compadres? ¿Quiénes son las supuestas mujeres y los supuestos homosexuales de los colectivos de izquierda? ¿No serán acaso los que mejor pueden camuflarse en la cultura masculina predominante?

Es tan común ver el escándalo que se arma cuando un comentario sexista se hace público, hay un rechazo relativamente generalizado y se escriben protocolos y se hacen compromisos contra la discriminación ¿Por qué yo querría hacer un compromiso y posar para la foto con un tipo que cree que soy inferior e indeseable y que solamente no lo dice abiertamente porque no le conviene para sus objetivos de ser un hombre poderoso?

Guerrilleros en la plaza y machistas en la casa. Con las feministas no.