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El Privilegio de Pensar

La discusión sobre privilegios se ha convertido en un vómito permanente de conceptos comodines para que los burgueses sigan robando con su afán de querer dar clases a quienes no conocen ni les interesa conocer. Hoy me detengo a pensar el privilegio con todas sus contradicciones porque pensar también es un privilegio y las personas pobres, como somos respetuosas y valientes, lo podemos hacer de una forma tan particular que nos permite sumergirnos en las dimensiones más fascinantes de la belleza.

Todo lo que he hecho en mi vida es para estar como estoy hoy: pensando. Con humildad interna y ostentosa aspereza.

Esta es mi traducción de Il Privilegio di Pensare, un poema de Pier Paolo Pasolini:

El Privilegio de Pensar

¡Ah, recogerse en uno mismo y pensar!
Decirse, aquí, ahora, pienso – sentada
en este banco, junto a una ventanita amiga.
¡Puedo pensar! Se me queman los ojos, la cara,
desde la maleza de la Piazza Vittorio,
la mañana, y, mísera, pegajosa,
mortifica el olor del carbón
la avidez de los sentidos: un dolor terrible
pesa en el corazón, así de nuevo vivo.

Bestia vestida de hombre – niño
mandado a viajar solo por el mundo,
con su abrigo y con sus cien liras,
heroico y ridículo me voy a trabajar
yo también, para vivir… Poeta, es cierto,
pero mientras heme aquí en este tren,
cargada tristemente de obligaciones,
como si fuera una broma, blanca de cansancio,
heme aquí sudando mi salario
dignidad de mi falsa juventud,
miseria de la cual con humildad interna
y ostentosa aspereza me defiendo…

¡Pero pienso! Pienso en el rincón amigo,
inmersa en la media hora completa del trayecto
de San Lorenzo a Cappannelle,
de Cappanelle al aeropuerto,
pensando, buscando infinitas lecciones
en un sólo verso, en un pedacito de verso
¡Qué estupenda mañana! ¡No hay ninguna otra
igual! Ahora hilos de magra
neblina, desconocida detrás de los muros
del acueducto recubierto
de casitas pequeñas como las de los perros,
y calles arrojadas allá, abandonadas,
para el uso exclusivo de aquella gente pobre.
Ahora arrebatos de sol, sobre praderas de grutas
y cuevas, barroco natural, con verde
extendido por un Corot pordiosero; ahora soplos de oro
sobre las pistas donde con deliciosas nalgas marrones
corren los caballos, cabalgados por jovencitos
que parecen incluso más jóvenes de lo que son, y que no saben
que la luz del mundo está a su alrededor.