La noción de “instinto” goza de un rechazo transversal. Sectores conservadores caracterizan el concepto como poco científico mientras grupos progresistas desestiman la idea aludiendo a que las narrativas del instinto refuerzan lógicas que ellos consideran opresivas (el instinto maternal, el instinto de supervivencia).
La existencia de un instinto no se puede evidenciar con claridad pero es una idea que sobrevive en el intercambio popular: con nuestras amigas apelamos al instinto cuando de forma inexplicable un hombre nos genera una sensación incómoda, cuando vemos a los atletas de excelencia ocupar sus cuerpos para conseguir las proezas más imposibles también hablamos de instinto. En estos y otros casos, poseer instinto es una experiencia individual que nos permite detectar lo que en primera instancia es invisible.
En las últimas semanas, dos sucesos políticos me hicieron pensar en la posibilidad de un instinto colectivo. Uno es la contundente derrota del progresismo chileno en el referéndum para cambiar la constitución y otro es la muerte de la reina Isabel II. En el primer caso, la facción perdedora se dedicó a despreciar la voluntad popular atribuyéndoles ignorancia. En el segundo caso también abundó el ninguneo intelectual hacia las masas simpatizantes de la monarquía.
Lo incuestionable: la votación más alta de la historia de Chile rechazando los valores de la izquierda progresista, el pesar nacional y las multitudes congregándose para llorar a la reina. En ambos casos fueron los sectores populares los que indudablemente protagonizaron estas dos situaciones. Considero que la excusa de la ignorancia de las masas no es apropiada para expresiones masivas de esta magnitud, porque si bien el declive educacional es un hecho en países neoliberales como Chile y el Reino Unido, no me parece que el rechazo de sus clases trabajadoras hacia los valores progresistas y a sus élites sean explicables por ignorancia. No sólo hay una evidente contradicción entre el supuesto interés por las clases populares y el desprecio al mismo pueblo cuando éste se expresa, sino que también me parece un comportamiento propio de gente de clase media y alta que no tiene conocimiento de las personas pobres más allá de quienes los sirven a diario.
Mi teoría es que en los casos de Chile y el Reino Unido se manifiesta un instinto de supervivencia, una intuición que indica que quizás la “democracia” que nos están vendiendo no nos conviene, una voz que dice que en tiempos de tecnocracia quizás es importante tener mitologías nacionales. A fin de cuentas, un instinto colectivo que entiende el mundo y toma decisiones dentro de lógicas distintas a las que se aprenden en la universidad y en sus activismos de redes sociales. Quizás son mis propios orígenes en la clase trabajadora los que ahora difícilmente me permiten participar de esa displicencia hacia un chileno que canta emocionado el himno nacional o hacia una señora que tiene un plato con la cara de Lady Di en el living de su casa.
El instinto popular existe y ordena la moralidad y sacralidad de un territorio. Siento profunda vergüenza ajena por quienes no lo pueden entender.