There’s the great care Roger Federer takes to hang the sport coat over his spare curtsied chair’s back, just so, to keep it from wrinkling–he’s done this before each match here, and something about it seems childlike and very sweet.
-David Foster Wallace en Federer, Both Flesh and Not
La primera vez que vi a mi amigo Florian fue por accidente, había viajado a Den Bosch para visitar a mi amigo Cristóbal y cuando subía a dejar mis cosas entré a la habitación equivocada. Florian estaba sin polera, frente a un espejo, flaco, encorvado y a punto de cortarse un mechón de pelo con una tijera. El sol entraba por la ventana y un resplandor rodeaba su figura permitiéndome ver con nitidez el polvo suspendido en el aire, la forma de sus huesos austríacos y cada uno de sus suaves cabellos.
Toda la escena demostraba una paradójica mezcla entre torpeza y delicada motricidad. Luego entendería que esa combinación es muy propia de mi amigo, se nota cuando plancha y dobla su ropa, cuando enchufa un proyector, cuando toma una foto agarrando el celular como si fuera un niño pero componiendo una imagen hermosa.
Con la cabeza hacia el suelo pero mirándolo de reojo le pedí disculpas y le explicaba que yo era la amiga de Cristóbal que se iba a quedar unos días con ellos. No sé cómo pude hablar en ese momento porque hasta hoy pienso que aquella ha sido una de las apariciones más impresionantes que he experimentado en mi vida. Fui testigo de la cúspide de la juventud, de la transubstanciación del arte, de lo más milagroso que tiene este mundo, y se trató solamente de interrumpir al ahueonao del Florian mientras se cortaba el pelo.