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Alcatraz

Alcatraz es una de las atracciones más importantes de San Francisco, aparece en las guías turísticas casi tanto como el Golden Gate. Existen cruceros que van a la ex cárcel y hoteles se promocionan por tener vista a la isla.

Y fue en una tienda de regalos donde se me partió el corazón.

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Digital intersectionality

La semana pasada estuve en San Francisco en la conferencia RightsCon Silicon Valley e hice una presentación sobre interseccionalidad digital. Tuvo una recepción bacán, mucho más bacán de lo que imaginaba para un evento tan gringo así que decidí dejar acá la transcripción:

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¿Por qué no podemos ser bacanes? :(

Hoy tuve un día perfecto. Me estoy quedando en Mission, San Francisco y lo amo. Estuve en un parque leyendo con un solcito delicioso, fui a tres librerías alucinantes y prácticamente no hay heterosexualidad a mi alrededor.

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Incontinencia mercantilista

Unas semanas atrás alojé una noche en la casa de un matrimonio que había fallecido hace poco sin dejar descendencia.

Todo estaba intacto y había un olor a encierro polvoriento porque había tantos cachivaches en esa casa que pasar el plumero era evidentemente una tarea fundamental que no se estaba cumpliendo.

Prácticamente toda la propiedad era una especie de museo del fallecido dueño. Cada pared estaba llena de fotografías y documentos enmarcados. En las imágenes se podía ver a este señor viajando, compartiendo con cuestionables autoridades políticas y siendo premiado por su labor como demócrata.

El cabro que me invitó, me hizo notar cómo la casa completa era un collage dedicado a la trayectoria de este hombre mientras que sólo en la cocina había un espacio para un despliegue similar de recuerdos de la dueña de casa. Ella usó un formato muy parecido al de su megalómano esposo y repletó una muralla con marcos de foto. Vi su rostro, vi a sus parientes, vi la ciudad de donde venían sus antepasados. Mirábamos y nos daba pena la situación.

Esa noche bajé a hacerme un pan y descubrí el opulento catálogo de electrodomésticos que tenía esta señora en la cocina: cuchillo, rallador y pelador a pilas, un aparato muy feo que envolvía eléctricamente cuestiones en plástico, un horno del porte de una cómoda con decenas de funciones. Volví a la pieza matrimonial y vi que en el rincón donde esta mujer ponía sus cosas había un espejo que ajustaba distintas iluminaciones para maquillarse correctamente de acuerdo a las horas del día.

Este es el punto donde debiera concluir que la señora se compraba tanta lesera para sobrellevar sus represiones. O que simplemente éste era un matrimonio aburrido y con plata entonces comprar cosas innecesarias era una actividad normal.

Pero aquellas explicaciones son demasiado policiales.

Las tecnologías pueden tener una dimensión tan íntima y performativa. Cada uso de un aparato cualquiera define identidades y sitúa al sujeto en una red de significados interconectados. Importa demasiado quién fabrica determinado objeto y por qué. Comprar un dispositivo es firmar un contrato donde casi siempre dejamos que el aparato haga lo que quiera con nosotros.

Me contaron que ella fue quien murió primero y a las pocas semanas falleció su esposo. La casa hay que desocuparla y todo lo que hay dentro va a haber que botarlo a la basura.

Todo jefe es un parásito

Un aspecto fundacional del marxismo es el desarrollo teórico respecto a la explotación de la clase trabajadora. Hoy podemos identificar con claridad cómo los propietarios de los medios de producción son parásitos que lucran con el trabajo ajeno y quienes anhelamos el socialismo sabemos que los primeros que caerán cuando llegue la revolución serán estos capitalistas.

Pero no hemos identificado con la misma energía y animadversión a los jefes o gerentes. No tan sólo como pequeñoburgueses guardianes de la propiedad privada sino que también en un sentido estricto de justicia laboral con el que millones de trabajadores alrededor del mundo pueden empatizar. Hoy todos sueñan con convertirse en jefe y a nadie le parece mal que exista una figura en la organización que no haga nada y gane más que todos. Los sindicatos luchan por migajas y sus demandas son sometidas al escrutinio público mientras los sueldos de los gerentes nunca son cuestionados.

Es porque estamos perdiendo esa lucha en el sentido discursivo. Hoy el jefe está reconvertido en “líder”, se ha situado en una posición deseable para el resto de la población detentando supuestamente valores como la creatividad, la visión estratégica y una especie de capacidad mística para guiar equipos que se tiende a considerar la clave absoluta de cualquier cosa que se desarrolle. Se asume que sin Steve Jobs nadie hubiera inventado ninguno de los dispositivos de la empresa Apple a pesar de que Jobs ni siquiera tocó un tornillo y que en realidad todo lo hicieron personas inteligentísimas con títulos universitarios que les costaron años de estudios y constante perfeccionamiento. Asimismo jefes nos quieren hacer creer que el trabajo duro que hacemos junto con nuestros compañeros no consistiría más que esfuerzos desorientados sin su supervisión, por mucho que en nuestras narices veamos al jefe flojear todo el día y sólo despertar para recibir elogios por un trabajo en el que no jugó rol alguno.

Los trabajadores debemos empezar a entender que la organización horizontal y comunitaria es la clave para producir de manera justa y a la vez eficiente. Que la presencia de un jefe sólo genera molestias y es la encarnación misma del aprovechamiento, el mismo aprovechamiento que Marx describió al explicar la explotación. En la tradición más marxista debemos comprender con mucha claridad cuánto vale nuestro trabajo para decir con seguridad “esta cosa concreta que yo produzco tiene un valor significativamente más fundamental que las horas de vagancia de mi jefe denominadas “dirección estratégica” por lo tanto obviamente merezco ganar más plata que él, de hecho su presencia ni siquiera es necesaria porque con mis pares podemos sacar adelante este trabajo en comunidad”.

Es un abuso que quienes están en posiciones de poder crean merecer mayores sueldos que los trabajadores, quienes son los que en primera instancia hacen el trabajo valioso. La literatura política puede demostrar esta injusticia pero no será suficiente hasta que ganemos la batalla en el campo cultural, hasta que todos sepamos y coincidamos en que todo jefe no es un líder ni un guía imprescindible, sino un simple parásito.

Personalidad chilena

El niño más bacan de la playa iba grupo por grupo con su guitarra ofreciendo canciones. Cantaba y tocaba súper bien y a cambio le daban algo de plata.
Hasta que llegó donde unos argentinos que le celebraron la cancioncita y después le pidieron prestada la guitarra.

No se la devolvieron en dos horas y el cabro chico entre que estaba en el grupo sonriendo con el alma vacía o merodeaba por la playa como un niño sin asunto cualquiera. De vez en cuando miraba su guitarra desde lejos porque no se atrevía a pedirla de vuelta o, como le decía a su mamá, porque en realidad ya no tenía ganas de tocar.

Coney Island resiste

Ahora pienso que en los balnearios más antiguos los pueblos resisten. Hoy la gente que gana plata puede irse a otros países de vacaciones, a las fantasías playeras del turismo. El caribe, el medio oriente, alguna isla de moda.

En Chile no la lleva ir a El Quisco, en Bristol no la lleva ir a Weston Super Mare y en Nueva York no la lleva ir a Coney Island. Son una categoría de balneario que entró a la decadencia, donde sólo hay lugar para una foto irónica que se sube al Instagram.

De las cosas para hacer en estas playas nada califica para una revista de esas del avión: la comida es mala, la gente fea y un filtro gris se superpone a todo.

Coney Island es sede del campeonato mundial de comer completos, un enorme marcador ocupa el costado de un edificio completo mostrando a los actuales campeones y exhibe un contador de los días que quedan para la siguiente edición del torneo que se hace cada cuatro de julio.

Recuerdo en Weston Super Mare a una señora de más de ochenta años subida en un carrusel, recuerdo tomar Báltica en Cartagena con mis amigos y ahora estoy en la playa de Coney Island sola leyendo, fumando pito y tomando helado. Ya no sé si veo con buenos o malos ojos las actividades de los balnearios que nadie quiere pero pareciera que cuando el ojo capitalista deja de posarse sobre un lugar es como si lo dejara tranquilo, ése es el momento en que nuestros impulsos se extienden de una forma que la ciudad jamás permitiría.

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Chile sin futuro

Leía Zanjón de la Aguada de Pedro Lemebel y en una de sus crónicas presentaba la indignante situación de la llamada Mesa de Diálogo entre sobrevivientes de la dictadura y los perpetradores de torturas y asesinatos. Lo humillante del asunto partía por lo lingüístico: la cosa era un “diálogo” o sea violadores de derechos humanos impunes y sus víctimas estaban en plena horizontalidad. Dialogando.

Al pasar escuché una mierda de radio, creo que era la Zero, y presentaban una especie de efemérides diciendo algo como esto: “el 11 se septiembre del 73 hubo un golpe militar que para unos marcó el inicio de una dictadura y para otros fue un pronunciamiento. Es un tema que divide”. Seguro que la tontona que leía ni se cuestionó el texto al momento de grabar y probablemente el periodista que le escribió el libreto también asumió que aquello era algo “objetivo” de decir.

Así es Chile. Se entiende como debate objetivo el poner frente a frente y como iguales a la dignidad mínima y al delirio. Ocurre un milagro y hablan sobre aborto en la tele porque nuevamente han violado a una niña de 13 años a la que obligan a parir y llevan a una activista de los derechos de las mujeres a discutir con un chiflado tipo pastor Soto. Este debate demencial prende y decenas de miles de tontos en los medios y las redes sociales se detienen a opinar cosas casi siempre sin saber y todo se diluye en una larguísima producción de contenido irrelevante olvidando el problema inicial para siempre.

Se mueren los milicos asesinos y torturadores y seguimos sin saber el destino de miles de desaparecidos. Cada 11 de septiembre nos detenemos en prestarle atención a la UDI y a todos los que defienden todavía sin ninguna vergüenza la dictadura y los medios terminan abordando el asunto como un “debate” como si la posición infame de la derecha fuera comparable al empapelamiento anual que se hace en el Estadio Nacional con los rostros de los miles de torturados y asesinados. Una puesta en escena devastadora pero que en este país es aceptable cuestionar.

Chile es la cúspide perversa del afán de la discusión “multisectorial”, del “escuchemos a todos”. Hay que pedirle permiso a 500 empresarios antes de hacer algo bueno por los trabajadores, a 500 curas antes de proteger legalmente a las mujeres. Es obvio que esta aproximación política es insultante, ridícula, no sirve para nada y tiene a este país convertido en un resumidero de estupidez.

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Biopolítica del carrete

Descubrí que me encanta carretear en día de semana y quiero hacer un llamado a que esta práctica se haga algo normal.

Pasa que uno dice que salió un lunes y te responden “choaaa que eris lanzada» pero llega el viernes y todos entran en una competencia por hacerse pico.

Uno debiera poder hacer lo que quiera a la hora que quiera. Ya tenemos que trabajar en horarios de mierda que ocupan las mejores horas de estos hermosos días soleados, por lo menos el tiempo en el que supuestamente no le rindo cuentas a nadie yo debiera poder hacer lo que se me pare el hoyo.

Es rico interrumpir esa rutina de tortura que es la semana laboral y también es mega rico que llegue el fin de semana y dedicarte a hacer nada en vez de participar de un ritual autodestructivo que apenas te deja tiempo para recomponerte un domingo en el que estás todo el rato lamentándote de lo que te toca al otro día.

Puede parecer menor preocuparse por este tema pero creo firmemente que estas rutinas asumidas son prácticas biopolíticas intensas y si queremos lograr la abolición del trabajo hay que reflexionar sobre el asunto. El tiempo que dedicamos a la celebración o a la contemplación debiera ser sagrado porque es el tipo de tiempo que más nos hace humanos. Es tiempo al que le debiéramos rendir horarios y dedicación. No puede ser que nos importe más cumplir con un trabajo que odiamos que con nuestro crecimiento espiritual.

 
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Mi trabajo me

Gepe from the block

Mucho se habla de lo penca que está la música de Gepe en sus últimos trabajos. Gran verdad que me tiene sin cuidado. No es el primer músico que se vuelca a hacer canciones malas y a jurarse mino con el afán de ganar popularidad. Tampoco será el último.

Pero escuchando su más reciente disco, Estilo Libre, hubo algo que me enfureció a la primera oída.

Sus nuevos sonidos dignos de Juanes y toneladas de letras insípidas dieron paso a la canción Punto Final, lo que parece ser una oda a San Miguel, a Gran Avenida, al sur de Santiago. Justamente de donde yo vengo.

La reivindicación a mis orígenes es algo que siempre me ha apasionado, es de donde escribo, es desde donde entiendo todo lo que me pasa y lo que le pasa a esta sociedad desigual que es la chilena. Entonces llega este gallo a cantar del asunto y no le compro absolutamente nada.

Es cierto que por un lado aparece como agravante el tipo de músico en que se ha convertido Gepe, no resulta creíble que un tipo bueno para poner la cara para vender ropas y bebidas alcohólicas de cuicos incorpore a sus referencias elementos que intentan retratar una profunda cultura popular ¿Dónde va a cantar esta canción? Seguramente en esos antros que con tanto gusto reciben a los músicos “independientes” para que se codeen con gente de la clase alta que llega a buscar supuestas tendencias alternativas auspiciadas por marcas de zapatillas y de whiskys ¿Cómo no va a dar rabia imaginarse a esa gentuza cabeceando canciones sobre Gran Avenida?

Pero lo relevante de analizar es que la falsedad de Gepe no termina en su quehacer servil a la clase alta. Hay algo más que me hace desconfiar. Podemos para esto pensar en el caso de Jorge González. Tanto Gepe como González son de San Miguel, los dos han tenido que rodearse de gente terrible de origen acomodado debido a su carrera, los dos han cantado al barrio en el que vivieron una vez y del que han emigrado buscando mejores lugares ¿Por qué una le cree a González y a Gepe no?

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San Miguel de Los Prisioneros debe ser una de las canciones más hermosas de la banda de González, aborda el mismo tópico que Gepe de “no haber cambiado tanto” o “seguir siendo el mismo” y una, como un animalito que sabe en quién confiar y en quién no, acude sin dudar hacia San Miguel, hecha con respeto y con los talentos de Jorge González empleados en su punto máximo. El resultado es un derroche de emotividad desde donde se respira la Gran Avenida, el hospital Barros Luco, las idas al Bio, los amigos y parientes que viven hacia la carretera. González golpea con una autenticidad brutal mientras que Gepe intenta parecer auténtico mediante técnicas extremadamente forzadas que al quedar en evidencia se confunden con gestos insultantes: ¿Por qué Gepe pronuncia mal las palabras en su canción? ¿Acaso en el sur de Santiago no sabemos hablar? ¿Por qué cree que está bien justo en esta canción ponerse a rapear unos versos insulsos? ¿Porque los pobres rapeamos? Gepe presenta un trabajo que podría perfectamente acomodarse a una teleserie barata de TVN ambientada en San Miguel, haciendo de su imaginario sobre el sur de Santiago una caricatura que quiere hacer pasar como choreza. Lo mismo pasa cuando invita a Wendy Sulca a sus canciones, jurando de guata que lo hace porque la valora como artista y no por la atmósfera permanente de talla tácita que rodea a la peruana debido a que la gente de YouTube encuentra hilarantes sus canciones folclóricas sobre tomar leche desde la teta materna. Obviamente a Sulca, Gepe la inserta en un entorno estético completamente estereotipado de la cultura andina donde en el respectivo videoclip él aparece vestido estilo peruano-chic encima de una mesa poniendo caritas a la cámara mientras gente del altiplano se comporta como caníbales incivilizados bajo sus pies.

Eso es lo interesante del caso Gepe, es un ejemplo clarísimo de cómo todas las teorías de las subjetividades múltiples son puestas en jaque por algo que es muy difícil de delinear como es el instinto humano. A posteriori podemos establecer todas estas razones por las que a Gepe no se le cree nada pero lo fascinante es que al momento de escuchar su propuesta no te demoras ni dos segundos en desconfiar de él.

Esto es activismo útil

He estado leyendo sobre PETA a partir del libro Eating Animals de Jonathan Safran Foer (hice una pequeña reseña en mi Goodreads). Todos tenemos claro más o menos el tipo de intervenciones que PETA hace de hecho ya constituye un hito lo de tirar pintura a las personas que usan abrigos de piel de animal. Por este libro supe de muchas otras acciones que hacen, como repartir panfletos dirigidos a los niños que dicen “¡Tu papá mata animales!”, pedir a los Pet Shop Boys que se cambiaran de nombre a Rescue Shelter Boys o poner un mapache muerto en el plato del almuerzo de la editora de Vogue, Anna Wintour.

Son acciones que descolocan, uno tiende a decir “yaaaa” seguido de una tendencia a reírse como tonto. Desde ese punto o lo encuentras ridículo e ignoras el asunto de la tortura animal o admiras profundamente la energía y convicción de estos activistas.

Cualquiera sea la posición que uno tome, algo es indiscutible: nadie querría ser víctima de una acción de PETA. La carrera de una figura del espectáculo puede arruinarse para siempre, lo mismo con las marcas de los restoranes que venden cadáver de animal torturado o de los laboratorios de las empresas de cosméticos denunciadas por experimentar cruelmente con animales. En efecto, el libro de Safran Foer explica cómo muchos ejecutivos de empresas mantienen negociaciones regulares con oficiales de PETA para evitar ser denunciados públicamente por el grupo. Les temen.

El lema de PETA no puede más de sencillo: “los animales no son nuestros, no son para comer, no son para vestir, no son para experimentar con ellos ni para usarlos como entretenimiento”. Sencillo y revolucionario.

Ha sido un descubrimiento lamentable para mí ver cómo el activismo, la sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales o como quieran autodenominarse, coexisten en un medioambiente con reglas que apenas difieren del capitalismo más rancio: un libre mercado donde estos profesionales buena onda viven pendientes de la plata, odiándose entre ellos y vendiendo humo a la gente que los financia. Es una industria que ha sido tan arrastrada por el deseo del dinero que terminan haciendo puras cosas inútiles y cobrando cantidades obscenas por aquello. No olvidemos que la denominación “sin fines de lucro” sólo significa que las utilidades no se extraen, no implica la imposibilidad de asignarse sueldos millonarios ni la formación de tóxicas redes de poder.

Un manto de cinismo los cubre, reniegan y se burlan de la acción directa para hacer estudios que nadie lee, congresos entre la misma gente siempre y hacen del chupar pico una carrera protegiéndose ante las críticas con la idea de que están “haciendo política”.

Las verdaderas revoluciones sociales no son tan intrincadas ni requieren una industria de lameculos. Históricamente han sido acciones directas como una mujer negra en la micro no parándose del asiento de los blancos o el pueblo parisiense asaltando la Bastilla. Nunca se necesitaron ni foros multisectoriales, ni alianzas con los poderosos disfrazadas de “política”. Una huelga no necesita un estudio financiado por un organismo internacional y las marchas que hacen temblar a los gobiernos no las organizan las ONG.

Admiro a PETA porque mantienen permanentemente y entre ceja y ceja su misión, porque no se han ido por las ramas que conducen a la cooptación, porque les importa un pico el acoso de miles de idiotas que se quieren hacer los listos a costa suya y les alegan como si ellos fueran el problema. Los admiro por no buscar soluciones buena onda con los enemigos sino por hacer una revolución.

Darse color: un invento neoliberal

La gente con Twitter ha acuñado el término “darse color” para referirse públicamente a las ocasiones en que alguien supuestamente alardea de sus comportamientos.

Las siguientes son cosas por las que es usual ser acusado de darse color:

No comer carne
Preocuparse de los animales y sobre todo darle una connotación política a tu alimentación es darse color. Va a llegar alguien a quien nadie llamó a decirte que te faltan proteínas y que Hitler era vegetariano. Peor aún, gente chistosa hará alguna broma hablando de los sentimientos de las lechugas.

Encriptar tus comunicaciones
Te das color ya que te crees alguien que tiene algo muy importante que estar ocultando. Eres muy mala onda con la gente que comparte feliz todos sus datos en las plataformas de las corporaciones de redes sociales.

No ver tele
Te crees superior al resto si dices que no ves tele. Olvídate de decir que estás viendo cine de calidad, muy alumbrado. Además llegará alguien a decirte que la tele es súper bacán en el caso de comediantes gringos o de algún periodista tipo Paulsen, eso está prácticamente a la altura de estudiar.

Leer
También leer es darse color, subir una foto de un libro es triple color y si escribes algo citando a algún teórico sólo quieres creerte la muerte. Una vez alguien con estudios universitarios dijo que conectar el Goodreads al Twitter era darse color mientras procedía a postear sobre lo mucho que le dolía la cabeza o algo así. Algo parecido pasó una vez donde los blogs de música chilenos se cuadraron contra un tipo que se había atrevido a hablar de Nietzsche en una crítica al Lollapalooza, se estaba dando demasiado color.

Ser feminista
Te das color y te preocupas de cosas que según esta gente no son prioridades ya que los problemas reales son de otro orden mucho más general (eso me dijeron una vez, qué vergüenza). Quienes se manifiestan en contra del acoso callejero son especialmente acusados de darse color ya que son considerados exagerados y (esto también me lo han dicho) se trata por lo general de minas que hablan del tema para hacerse las ricas.

Hablar de la dictadura
Te das color y además te dirán que hasta cuándo con el tema de la dictadura, que ahora el contexto es otro. Muy frecuente en circuitos artísticos donde lo que la lleva es dejar la dictadura atrás.

Hacer algún tipo de ejercicio
Es muy darse color decir que haces ejercicio, pecado mortal compartir que corriste no sé cuántos kilómetros porque algún obeso que acaba de hacer check-in en un KFC se puede sentir incómodo.

Alguien dirá que el problema no es hacer todas esas cosas sino “alardear” al respecto. Curioso considerando que no hay ningún problema con que un tipo o tipa actualice diariamente sus redes con la comida que engulle, las baratijas que compra compulsivamente o las cientos de fotos de sus vacaciones.

Evidentemente hay un patrón común en la censura a ese tipo de contenidos y va en la línea de la reproducción de individuos sin capacidad de pensamiento crítico. Estamos en una estructura donde quedas de listo si te pones a argumentar contra el vegetarianismo sin haber atendido antes la discusión urgente sobre el sufrimiento animal y la venenosa industria alimenticia. Eres alguien que se jura posmoderno al ignorar la vigilancia corporativa en Internet, que cree que está haciendo un análisis sociológico cuando ve basura en la tele, que cree que ver una serie o escuchar a Guarello es culturizarse y equivale a leer, que se jura tan avanzado que ha superado la división de género, las injusticias de la dictadura.

Yo cada día estoy más mala para tuitear porque francamente ya no soporto a tanto hueón tonto que se jura vivo. Así como las estructuras dejan una huella e influencian las producciones culturales, lo mismo ocurre con las redes sociales. Es por esto que este texto no es tanto una victimización sino una crítica por involucrarse seriamente en algo tan tonto como Twitter. Es obvio que nada demasiado inteligente puede salir de una plataforma donde sólo te puedes expresar a través de frases de caracteres limitados. Hay algo político en la obligación de comprimir tus pensamientos e ideas a lo mínimo y el resultado está a la vista con una masa de gente que cree que lo está haciendo regio informándose y creando contenidos en base a oraciones cortas.

El canal determina el mensaje y hay que usar canales menos estúpidos si es que estamos en búsqueda de profundidad y relevancia. Un avance claro puede ser la reapropiación de plataformas tecnológicas que permitan formas de expresión sin ataduras a los modelos de los proveedores de servicios. Nunca habrá un afuera de la sociedad capitalista pero sí es posible la creación sin una empresa digital directamente sobre tu hombro, pienso en los blogs, en las redes sociales abiertas, en codificar tú mismo tu sitio web, todo por supuesto con un claro paso hacia la acción en el mundo real. Basta de ser tan ocioso, están a la vista las evidencias que prueban cómo las redes sociales nos hacen más tontos, menos lectores, donde se condena la diferencia y el pensamiento crítico, con la jugada maestra en acción al vendernos la idea que en realidad estamos siendo súper opinantes e influyentes.

Y es que si creemos que ser reflexivo e inteligente es darse color mejor cerremos por fuera.

¿Cómo hacer más soportable el trabajo? Consejos a partir de George Orwell

Por la edad, un gran número de amigos están enfrentando por primera vez el significado del trabajo asalariado en la forma de una dinámica indestructible en la que vas a estar envuelto toda tu vida. Los sueños quedan atrás y dan paso a un futuro de rutina sin sentido ¡Una tragedia!

A veces pienso que en el futuro los historiadores revisarán nuestra época y se asombrarán tanto cuando sepan que los seres humanos de nuestra civilización dedicaron ocho horas diarias mínimo a una tarea que en muchos casos es tremendamente tonta y que probablemente no importaba en lo más mínimo a quienes la ejecutaban. Que esta rutina se extendía durante toda la vida hasta la tercera edad y que los verdaderos beneficiados fueron unos ultra millonarios que el trabajador nunca conoció.

Quiero llamar a la abolición del trabajo. Estén atentos a mi manifiesto al respecto. Pensar cómo no trabajar es algo a lo que dedico tiempo constantemente e insto a hacer lo mismo a quien quiera escuchar mi canuteo ya que creo que todos los seres humanos no vinimos a este mundo a cumplir una jornada laboral. Pero como por el momento debo mantenerme económicamente de alguna forma ya que no nací cuica ni vivo en un país con seguridad social, a partir del ensayo de mi ídolo George Orwell “Politics and the English Language” y del artículo del Guardian de James Gingell “George Orwell, Human Resources and the English Language” y de mi experiencia propia como trabajadora y como investigadora en ciencias de la administración hice unas recomendaciones para vivir un poco más tranquila con el trabajo que a una le tocó:

1. Entender que no tiene nada de raro odiar el trabajo, que es normal pasarlo mal, que hay mucho tiempo gastado en tonteras, que hay que interactuar con gente hueona

Uno no es amargado por odiar el trabajo ¡Qué tontera! Por lo general la mayoría de los trabajos son ensimismantes en sus rutinas absurdas, ya sea por la monotonía, porque es agotador, porque en realidad estás sólo calentando el asiento para cumplir un horario o porque simplemente tu trabajo no le aporta nada significativo al mundo. Te están pagando por hacer esas tareas que no te gustan pero el precio es tu vida. No puedes ir a echarte una media mañana al parque a leer, no puedes simplemente no querer ir. Tu empleador te roba la vida así que me parece lo más normal odiarlo. Además ¿Has conocido a esa gente que se pone la camiseta por su trabajo? ¡Son las peores personas del mundo! Jamás me juntaría con gente así, obviamente son de esa forma porque no tienen ni vida ni amigos reales y todo su desarrollo personal pasa por la empresa que les paga el sueldo.

Por otro lado inevitablemente en el trabajo uno tiene que interactuar con todo tipo de gente, por simple estadística te vas a encontrar con perfectos imbéciles y tendrás que responderles sus correos hueones con preguntas hueonas, soportar a personas histéricas, a los camiseteados descritos anteriormente, a gente a la que francamente no le dirigirías nunca la palabra de forma voluntaria ¡Y lo peor es que tienes que ser cordial y buena onda! (es mi recomendación serlo en todo caso, no vale la pena enojarse por algo laboral). En resumen el trabajo es un espacio lo suficientemente penca por definición como para que no sea normal odiarlo. Si no lo odias crearás una distorsión en tu cerebro sobre lo que está bien y lo que está mal y te será imposible distinguir la esclavización de lo verdaderamente hermoso de la vida.

2. No darle importancia desmedida

El virus del neoliberalismo nos ha hecho asociar con demasiada naturalidad que somos nuestro trabajo. Puede serlo si es que tienes la suerte de trabajar en algo bacán y que sea un aporte al mundo (situación del 0,0000000000001% de las personas). Pero en un mundo de trabajos tan precarios una idea así sólo puede desanimarte. Si pensamos en la teoría de la explotación de Marx más desolados quedamos al hacernos la idea de que la mayoría de los trabajos piola consisten en tomar un rol intermediario entre un millonario y alguien que efectivamente está haciendo un trabajo real.

Además, por muy codiciado que sea el trabajo que encuentres, nunca va a satisfacer tus necesidades espirituales. Piensa en los gerentes y su plata que no les sirve para dejar de verse viejos, para dejar de ser aburridos.

Obvio que la vida está fuera de la oficina, de la empresa. Está en los libros, en los amigos, en el espíritu propio en permanente búsqueda. Si ya estás en un trabajo terrible lo mejor es mantenerlo bien lejos de tu alma y a las seis de la tarde olvidarte como si no hubiera lunes.

3. Identificar a tu opresor inmediato

Algo muy terrible del mundo laboral es la idea de institucionalidad sobre todo, donde entes inexistentes dictaminan qué se hace y qué no se hace. Muchas cosas las asumimos gracias a este lavado cerebral que los empresarios llaman «cultura organizacional», creemos que HAY que trabajar ocho horas al día, que HAY que llegar temprano e irse tarde, que NO SE VA A PODER subir tu sueldo. Respetamos esas ideas como si fueran mandamientos de algún dios y en realidad son reglas que inventó un tipo y que el tipo que tienes delante tuyo, tu supervisor o jefe, tiene la posibilidad de cambiar estos entendimientos. La magia está en que él le echa la culpa a esa institucionalidad inamovible de todas sus mezquindades cuando lo que de verdad pasa es que ÉL no quiere subirte el sueldo, ÉL no quiere que trabajes poco ni que veas la luz del sol. Esta persona nunca va a asumir su responsabilidad en el asunto pero sí me parece útil ser un trabajador informado y detectar con claridad quién es el infeliz que se empeña en hacer tu vida miserable.

4. No caer en las trampas tecnológicas que invaden tu vida

Muchas veces pensamos que la tecnología es neutral, que todo servicio que aparece está ahí para ayudarnos. Es el caso de miles de aplicaciones para tus dispositivos que te tienen todo el día invadido de notificaciones mientras juras que te están ayudando a ser productivo. No es necesario tener las notificaciones del mail de tu trabajo en la bandeja de entrada de tu celular, ni del chat de tus compañeros, ni los eventos laborales en tu calendario personal. Vaya que caga la onda que sea fin de semana y te llegue una notificación de un mail tonto de una lista de correos que no te importa, o de un compañero con un comentario que ni siquiera te incumbe ¡Lo arruina todo!

Además, quién chucha quiere ser hiper productivo, como si no fuera suficiente entregarle más de la mitad del tiempo en que estás despierto a una institución, resulta que ahora hasta los segundos del día que dedicas a mirar el techo son interrumpidos por estas herramientas en nombre de la productividad.

5. No caer en las trampas del lenguaje buena onda, usar un lenguaje de ser humano normal

¿Hay algo más desagradable que una empresa «buena onda» con sus trabajadores? Que no te trata de empleado sino de “colaborador”, de “partner”. Que cuando te quieren desviviéndote trabajando para el beneficio de ellos te llenan de un dialecto sin sentido abundante en anglicismos y te juran que no se trata de un dueño y sus esclavos sino que de un “equipo”. Orwell fue claro en considerar el uso del lenguaje como algo clave en la opresión social, y de cómo lo que en un principio fue un efecto se convierte en una causa de más y más opresión. Vivimos en una sociedad decadente que nos engaña a diario, que inevitablemente deviene en un lenguaje decadente y engañoso ¿Han escuchado hablar a un jefe? ¿Se han fijado como en un momento lo ves hablar pero lo que está diciendo parece más propio de un robot que se aprendió un guión que de un ser humano? Todo jefe está mintiendote, embolinándote la perdiz para defender lo indefendible, sólo hay que alejarse un poco y ver con claridad cómo el engaño toma lugar.

Los jefes no dejarán de ser así, al menos no hasta que destruyamos el sistema capitalista, lo que sí podemos hacer, y es lo bonito y esperanzador del ensayo de Orwell, es contribuir a un uso del lenguaje honesto. Detenernos cuando nos damos cuenta que estamos hablando por defecto, con expresiones por defecto, emociones y abstracciones por defecto. Detengámonos, pensemos en sensaciones, en imágenes, alejemos un poquito al lenguaje porque las palabras más apropiadas vendrán después de esa reflexión necesaria. La clave, citando a Orwell, es dejar que el significado escoja la palabra.

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¡Abolición del trabajo ya!

Patriarcado social media

Mi resentimiento con los hombres no sólo es por la tonelada de privilegios que ellos tienen y que yo nunca tendré. Es también por todo el tiempo que me han hecho perder por estar preocupada de cómo tener romances con ellos.

Es cierto que son hermosos, que es para derretirse cuando derrochan seguridad y te agarran del brazo para llevarte a algún plan que ni te imaginas.

Pero creo que les he destinado demasiado tiempo de mi valioso cerebro.

Típico que una se entera de tantos músicos, escritores, científicos, que todavía van en el colegio y están haciendo cosas asombrosas: Rimbaud desde los 12 escribiendo poemas espléndidos, Alan Turing convirtiéndose en un experto de la criptografía a los 15, Jarvis Cocker fundando Pulp a los 15 también. Yo a esa edad estaba preocupada de gustarle a un cabro que su banda favorita era Incubus ¡Incubus po!

Lo peor es que hay mujeres adultas que siguen en la misma: dedicadas a gustarle a los hombres ya sea desde la idea mujer buscando pololo o mujer “liberada” cuya vida está centrada en acumular hombres. Esta triste realidad no sería posible sin la complicidad de las tecnologías de Internet que hacen que vivamos para eso: para ser mina en Instagram, para ser unas sicópatas de Facebook, para dedicarle horas al Tinder.

Qué deprimente.

Como si no hubiera nada mejor que hacer.

La vertiente de las tecnologías que más me interesa es cómo su construcción técnica es capaz de determinar nuestro imaginario personal y social. Cada vez es más difícil distinguir los límites entre mente y máquina, entre cuerpo y máquina. Me aparece una alerta en el teléfono avisando que tengo que acostarme con el tipo que la empresa Tinder me sugirió y el filtro que inventó un técnico de la empresa Instagram se superpone a mi fotografía y devengo en un ser aceptable para los circuitos virtuales.

En el Manifiesto Cyborg, Donna Haraway propuso la posibilidad de la tecnología como un argumento para el placer en la confusión de los límites, una posibilidad post-género de identidades cyborg parciales y contradictorias en su relación con las máquinas. Esto definitivamente no ha ocurrido. Las relaciones de poder están intactas. Las estructuras patriarcales como la familia, la acumulación y la mujer como vasija para la reproducción siguen sólidas. La ideología liberal goza de buena salud en gran parte gracias a las tecnologías de Internet que mediatizan nuestras relaciones al máximo, nos segregan de tal forma que las diferencias se hacen invisibles y nos moldean como seres productivos a diario según las ideas que estas empresas tienen de cómo tiene que ser un humano.

¿Qué nos ofrecen las tecnologías de Internet a las mujeres? Pura banalidad.