Por la edad, un gran número de amigos están enfrentando por primera vez el significado del trabajo asalariado en la forma de una dinámica indestructible en la que vas a estar envuelto toda tu vida. Los sueños quedan atrás y dan paso a un futuro de rutina sin sentido ¡Una tragedia!
A veces pienso que en el futuro los historiadores revisarán nuestra época y se asombrarán tanto cuando sepan que los seres humanos de nuestra civilización dedicaron ocho horas diarias mínimo a una tarea que en muchos casos es tremendamente tonta y que probablemente no importaba en lo más mínimo a quienes la ejecutaban. Que esta rutina se extendía durante toda la vida hasta la tercera edad y que los verdaderos beneficiados fueron unos ultra millonarios que el trabajador nunca conoció.
Quiero llamar a la abolición del trabajo. Estén atentos a mi manifiesto al respecto. Pensar cómo no trabajar es algo a lo que dedico tiempo constantemente e insto a hacer lo mismo a quien quiera escuchar mi canuteo ya que creo que todos los seres humanos no vinimos a este mundo a cumplir una jornada laboral. Pero como por el momento debo mantenerme económicamente de alguna forma ya que no nací cuica ni vivo en un país con seguridad social, a partir del ensayo de mi ídolo George Orwell “Politics and the English Language” y del artículo del Guardian de James Gingell “George Orwell, Human Resources and the English Language” y de mi experiencia propia como trabajadora y como investigadora en ciencias de la administración hice unas recomendaciones para vivir un poco más tranquila con el trabajo que a una le tocó:
1. Entender que no tiene nada de raro odiar el trabajo, que es normal pasarlo mal, que hay mucho tiempo gastado en tonteras, que hay que interactuar con gente hueona
Uno no es amargado por odiar el trabajo ¡Qué tontera! Por lo general la mayoría de los trabajos son ensimismantes en sus rutinas absurdas, ya sea por la monotonía, porque es agotador, porque en realidad estás sólo calentando el asiento para cumplir un horario o porque simplemente tu trabajo no le aporta nada significativo al mundo. Te están pagando por hacer esas tareas que no te gustan pero el precio es tu vida. No puedes ir a echarte una media mañana al parque a leer, no puedes simplemente no querer ir. Tu empleador te roba la vida así que me parece lo más normal odiarlo. Además ¿Has conocido a esa gente que se pone la camiseta por su trabajo? ¡Son las peores personas del mundo! Jamás me juntaría con gente así, obviamente son de esa forma porque no tienen ni vida ni amigos reales y todo su desarrollo personal pasa por la empresa que les paga el sueldo.
Por otro lado inevitablemente en el trabajo uno tiene que interactuar con todo tipo de gente, por simple estadística te vas a encontrar con perfectos imbéciles y tendrás que responderles sus correos hueones con preguntas hueonas, soportar a personas histéricas, a los camiseteados descritos anteriormente, a gente a la que francamente no le dirigirías nunca la palabra de forma voluntaria ¡Y lo peor es que tienes que ser cordial y buena onda! (es mi recomendación serlo en todo caso, no vale la pena enojarse por algo laboral). En resumen el trabajo es un espacio lo suficientemente penca por definición como para que no sea normal odiarlo. Si no lo odias crearás una distorsión en tu cerebro sobre lo que está bien y lo que está mal y te será imposible distinguir la esclavización de lo verdaderamente hermoso de la vida.
2. No darle importancia desmedida
El virus del neoliberalismo nos ha hecho asociar con demasiada naturalidad que somos nuestro trabajo. Puede serlo si es que tienes la suerte de trabajar en algo bacán y que sea un aporte al mundo (situación del 0,0000000000001% de las personas). Pero en un mundo de trabajos tan precarios una idea así sólo puede desanimarte. Si pensamos en la teoría de la explotación de Marx más desolados quedamos al hacernos la idea de que la mayoría de los trabajos piola consisten en tomar un rol intermediario entre un millonario y alguien que efectivamente está haciendo un trabajo real.
Además, por muy codiciado que sea el trabajo que encuentres, nunca va a satisfacer tus necesidades espirituales. Piensa en los gerentes y su plata que no les sirve para dejar de verse viejos, para dejar de ser aburridos.
Obvio que la vida está fuera de la oficina, de la empresa. Está en los libros, en los amigos, en el espíritu propio en permanente búsqueda. Si ya estás en un trabajo terrible lo mejor es mantenerlo bien lejos de tu alma y a las seis de la tarde olvidarte como si no hubiera lunes.
3. Identificar a tu opresor inmediato
Algo muy terrible del mundo laboral es la idea de institucionalidad sobre todo, donde entes inexistentes dictaminan qué se hace y qué no se hace. Muchas cosas las asumimos gracias a este lavado cerebral que los empresarios llaman «cultura organizacional», creemos que HAY que trabajar ocho horas al día, que HAY que llegar temprano e irse tarde, que NO SE VA A PODER subir tu sueldo. Respetamos esas ideas como si fueran mandamientos de algún dios y en realidad son reglas que inventó un tipo y que el tipo que tienes delante tuyo, tu supervisor o jefe, tiene la posibilidad de cambiar estos entendimientos. La magia está en que él le echa la culpa a esa institucionalidad inamovible de todas sus mezquindades cuando lo que de verdad pasa es que ÉL no quiere subirte el sueldo, ÉL no quiere que trabajes poco ni que veas la luz del sol. Esta persona nunca va a asumir su responsabilidad en el asunto pero sí me parece útil ser un trabajador informado y detectar con claridad quién es el infeliz que se empeña en hacer tu vida miserable.
4. No caer en las trampas tecnológicas que invaden tu vida
Muchas veces pensamos que la tecnología es neutral, que todo servicio que aparece está ahí para ayudarnos. Es el caso de miles de aplicaciones para tus dispositivos que te tienen todo el día invadido de notificaciones mientras juras que te están ayudando a ser productivo. No es necesario tener las notificaciones del mail de tu trabajo en la bandeja de entrada de tu celular, ni del chat de tus compañeros, ni los eventos laborales en tu calendario personal. Vaya que caga la onda que sea fin de semana y te llegue una notificación de un mail tonto de una lista de correos que no te importa, o de un compañero con un comentario que ni siquiera te incumbe ¡Lo arruina todo!
Además, quién chucha quiere ser hiper productivo, como si no fuera suficiente entregarle más de la mitad del tiempo en que estás despierto a una institución, resulta que ahora hasta los segundos del día que dedicas a mirar el techo son interrumpidos por estas herramientas en nombre de la productividad.
5. No caer en las trampas del lenguaje buena onda, usar un lenguaje de ser humano normal
¿Hay algo más desagradable que una empresa «buena onda» con sus trabajadores? Que no te trata de empleado sino de “colaborador”, de “partner”. Que cuando te quieren desviviéndote trabajando para el beneficio de ellos te llenan de un dialecto sin sentido abundante en anglicismos y te juran que no se trata de un dueño y sus esclavos sino que de un “equipo”. Orwell fue claro en considerar el uso del lenguaje como algo clave en la opresión social, y de cómo lo que en un principio fue un efecto se convierte en una causa de más y más opresión. Vivimos en una sociedad decadente que nos engaña a diario, que inevitablemente deviene en un lenguaje decadente y engañoso ¿Han escuchado hablar a un jefe? ¿Se han fijado como en un momento lo ves hablar pero lo que está diciendo parece más propio de un robot que se aprendió un guión que de un ser humano? Todo jefe está mintiendote, embolinándote la perdiz para defender lo indefendible, sólo hay que alejarse un poco y ver con claridad cómo el engaño toma lugar.
Los jefes no dejarán de ser así, al menos no hasta que destruyamos el sistema capitalista, lo que sí podemos hacer, y es lo bonito y esperanzador del ensayo de Orwell, es contribuir a un uso del lenguaje honesto. Detenernos cuando nos damos cuenta que estamos hablando por defecto, con expresiones por defecto, emociones y abstracciones por defecto. Detengámonos, pensemos en sensaciones, en imágenes, alejemos un poquito al lenguaje porque las palabras más apropiadas vendrán después de esa reflexión necesaria. La clave, citando a Orwell, es dejar que el significado escoja la palabra.
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¡Abolición del trabajo ya!