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Biopolítica del carrete

Descubrí que me encanta carretear en día de semana y quiero hacer un llamado a que esta práctica se haga algo normal.

Pasa que uno dice que salió un lunes y te responden “choaaa que eris lanzada» pero llega el viernes y todos entran en una competencia por hacerse pico.

Uno debiera poder hacer lo que quiera a la hora que quiera. Ya tenemos que trabajar en horarios de mierda que ocupan las mejores horas de estos hermosos días soleados, por lo menos el tiempo en el que supuestamente no le rindo cuentas a nadie yo debiera poder hacer lo que se me pare el hoyo.

Es rico interrumpir esa rutina de tortura que es la semana laboral y también es mega rico que llegue el fin de semana y dedicarte a hacer nada en vez de participar de un ritual autodestructivo que apenas te deja tiempo para recomponerte un domingo en el que estás todo el rato lamentándote de lo que te toca al otro día.

Puede parecer menor preocuparse por este tema pero creo firmemente que estas rutinas asumidas son prácticas biopolíticas intensas y si queremos lograr la abolición del trabajo hay que reflexionar sobre el asunto. El tiempo que dedicamos a la celebración o a la contemplación debiera ser sagrado porque es el tipo de tiempo que más nos hace humanos. Es tiempo al que le debiéramos rendir horarios y dedicación. No puede ser que nos importe más cumplir con un trabajo que odiamos que con nuestro crecimiento espiritual.

 
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Mi trabajo me

Gepe from the block

Mucho se habla de lo penca que está la música de Gepe en sus últimos trabajos. Gran verdad que me tiene sin cuidado. No es el primer músico que se vuelca a hacer canciones malas y a jurarse mino con el afán de ganar popularidad. Tampoco será el último.

Pero escuchando su más reciente disco, Estilo Libre, hubo algo que me enfureció a la primera oída.

Sus nuevos sonidos dignos de Juanes y toneladas de letras insípidas dieron paso a la canción Punto Final, lo que parece ser una oda a San Miguel, a Gran Avenida, al sur de Santiago. Justamente de donde yo vengo.

La reivindicación a mis orígenes es algo que siempre me ha apasionado, es de donde escribo, es desde donde entiendo todo lo que me pasa y lo que le pasa a esta sociedad desigual que es la chilena. Entonces llega este gallo a cantar del asunto y no le compro absolutamente nada.

Es cierto que por un lado aparece como agravante el tipo de músico en que se ha convertido Gepe, no resulta creíble que un tipo bueno para poner la cara para vender ropas y bebidas alcohólicas de cuicos incorpore a sus referencias elementos que intentan retratar una profunda cultura popular ¿Dónde va a cantar esta canción? Seguramente en esos antros que con tanto gusto reciben a los músicos “independientes” para que se codeen con gente de la clase alta que llega a buscar supuestas tendencias alternativas auspiciadas por marcas de zapatillas y de whiskys ¿Cómo no va a dar rabia imaginarse a esa gentuza cabeceando canciones sobre Gran Avenida?

Pero lo relevante de analizar es que la falsedad de Gepe no termina en su quehacer servil a la clase alta. Hay algo más que me hace desconfiar. Podemos para esto pensar en el caso de Jorge González. Tanto Gepe como González son de San Miguel, los dos han tenido que rodearse de gente terrible de origen acomodado debido a su carrera, los dos han cantado al barrio en el que vivieron una vez y del que han emigrado buscando mejores lugares ¿Por qué una le cree a González y a Gepe no?

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San Miguel de Los Prisioneros debe ser una de las canciones más hermosas de la banda de González, aborda el mismo tópico que Gepe de “no haber cambiado tanto” o “seguir siendo el mismo” y una, como un animalito que sabe en quién confiar y en quién no, acude sin dudar hacia San Miguel, hecha con respeto y con los talentos de Jorge González empleados en su punto máximo. El resultado es un derroche de emotividad desde donde se respira la Gran Avenida, el hospital Barros Luco, las idas al Bio, los amigos y parientes que viven hacia la carretera. González golpea con una autenticidad brutal mientras que Gepe intenta parecer auténtico mediante técnicas extremadamente forzadas que al quedar en evidencia se confunden con gestos insultantes: ¿Por qué Gepe pronuncia mal las palabras en su canción? ¿Acaso en el sur de Santiago no sabemos hablar? ¿Por qué cree que está bien justo en esta canción ponerse a rapear unos versos insulsos? ¿Porque los pobres rapeamos? Gepe presenta un trabajo que podría perfectamente acomodarse a una teleserie barata de TVN ambientada en San Miguel, haciendo de su imaginario sobre el sur de Santiago una caricatura que quiere hacer pasar como choreza. Lo mismo pasa cuando invita a Wendy Sulca a sus canciones, jurando de guata que lo hace porque la valora como artista y no por la atmósfera permanente de talla tácita que rodea a la peruana debido a que la gente de YouTube encuentra hilarantes sus canciones folclóricas sobre tomar leche desde la teta materna. Obviamente a Sulca, Gepe la inserta en un entorno estético completamente estereotipado de la cultura andina donde en el respectivo videoclip él aparece vestido estilo peruano-chic encima de una mesa poniendo caritas a la cámara mientras gente del altiplano se comporta como caníbales incivilizados bajo sus pies.

Eso es lo interesante del caso Gepe, es un ejemplo clarísimo de cómo todas las teorías de las subjetividades múltiples son puestas en jaque por algo que es muy difícil de delinear como es el instinto humano. A posteriori podemos establecer todas estas razones por las que a Gepe no se le cree nada pero lo fascinante es que al momento de escuchar su propuesta no te demoras ni dos segundos en desconfiar de él.

Esto es activismo útil

He estado leyendo sobre PETA a partir del libro Eating Animals de Jonathan Safran Foer (hice una pequeña reseña en mi Goodreads). Todos tenemos claro más o menos el tipo de intervenciones que PETA hace de hecho ya constituye un hito lo de tirar pintura a las personas que usan abrigos de piel de animal. Por este libro supe de muchas otras acciones que hacen, como repartir panfletos dirigidos a los niños que dicen “¡Tu papá mata animales!”, pedir a los Pet Shop Boys que se cambiaran de nombre a Rescue Shelter Boys o poner un mapache muerto en el plato del almuerzo de la editora de Vogue, Anna Wintour.

Son acciones que descolocan, uno tiende a decir “yaaaa” seguido de una tendencia a reírse como tonto. Desde ese punto o lo encuentras ridículo e ignoras el asunto de la tortura animal o admiras profundamente la energía y convicción de estos activistas.

Cualquiera sea la posición que uno tome, algo es indiscutible: nadie querría ser víctima de una acción de PETA. La carrera de una figura del espectáculo puede arruinarse para siempre, lo mismo con las marcas de los restoranes que venden cadáver de animal torturado o de los laboratorios de las empresas de cosméticos denunciadas por experimentar cruelmente con animales. En efecto, el libro de Safran Foer explica cómo muchos ejecutivos de empresas mantienen negociaciones regulares con oficiales de PETA para evitar ser denunciados públicamente por el grupo. Les temen.

El lema de PETA no puede más de sencillo: “los animales no son nuestros, no son para comer, no son para vestir, no son para experimentar con ellos ni para usarlos como entretenimiento”. Sencillo y revolucionario.

Ha sido un descubrimiento lamentable para mí ver cómo el activismo, la sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales o como quieran autodenominarse, coexisten en un medioambiente con reglas que apenas difieren del capitalismo más rancio: un libre mercado donde estos profesionales buena onda viven pendientes de la plata, odiándose entre ellos y vendiendo humo a la gente que los financia. Es una industria que ha sido tan arrastrada por el deseo del dinero que terminan haciendo puras cosas inútiles y cobrando cantidades obscenas por aquello. No olvidemos que la denominación “sin fines de lucro” sólo significa que las utilidades no se extraen, no implica la imposibilidad de asignarse sueldos millonarios ni la formación de tóxicas redes de poder.

Un manto de cinismo los cubre, reniegan y se burlan de la acción directa para hacer estudios que nadie lee, congresos entre la misma gente siempre y hacen del chupar pico una carrera protegiéndose ante las críticas con la idea de que están “haciendo política”.

Las verdaderas revoluciones sociales no son tan intrincadas ni requieren una industria de lameculos. Históricamente han sido acciones directas como una mujer negra en la micro no parándose del asiento de los blancos o el pueblo parisiense asaltando la Bastilla. Nunca se necesitaron ni foros multisectoriales, ni alianzas con los poderosos disfrazadas de “política”. Una huelga no necesita un estudio financiado por un organismo internacional y las marchas que hacen temblar a los gobiernos no las organizan las ONG.

Admiro a PETA porque mantienen permanentemente y entre ceja y ceja su misión, porque no se han ido por las ramas que conducen a la cooptación, porque les importa un pico el acoso de miles de idiotas que se quieren hacer los listos a costa suya y les alegan como si ellos fueran el problema. Los admiro por no buscar soluciones buena onda con los enemigos sino por hacer una revolución.

Darse color: un invento neoliberal

La gente con Twitter ha acuñado el término “darse color” para referirse públicamente a las ocasiones en que alguien supuestamente alardea de sus comportamientos.

Las siguientes son cosas por las que es usual ser acusado de darse color:

No comer carne
Preocuparse de los animales y sobre todo darle una connotación política a tu alimentación es darse color. Va a llegar alguien a quien nadie llamó a decirte que te faltan proteínas y que Hitler era vegetariano. Peor aún, gente chistosa hará alguna broma hablando de los sentimientos de las lechugas.

Encriptar tus comunicaciones
Te das color ya que te crees alguien que tiene algo muy importante que estar ocultando. Eres muy mala onda con la gente que comparte feliz todos sus datos en las plataformas de las corporaciones de redes sociales.

No ver tele
Te crees superior al resto si dices que no ves tele. Olvídate de decir que estás viendo cine de calidad, muy alumbrado. Además llegará alguien a decirte que la tele es súper bacán en el caso de comediantes gringos o de algún periodista tipo Paulsen, eso está prácticamente a la altura de estudiar.

Leer
También leer es darse color, subir una foto de un libro es triple color y si escribes algo citando a algún teórico sólo quieres creerte la muerte. Una vez alguien con estudios universitarios dijo que conectar el Goodreads al Twitter era darse color mientras procedía a postear sobre lo mucho que le dolía la cabeza o algo así. Algo parecido pasó una vez donde los blogs de música chilenos se cuadraron contra un tipo que se había atrevido a hablar de Nietzsche en una crítica al Lollapalooza, se estaba dando demasiado color.

Ser feminista
Te das color y te preocupas de cosas que según esta gente no son prioridades ya que los problemas reales son de otro orden mucho más general (eso me dijeron una vez, qué vergüenza). Quienes se manifiestan en contra del acoso callejero son especialmente acusados de darse color ya que son considerados exagerados y (esto también me lo han dicho) se trata por lo general de minas que hablan del tema para hacerse las ricas.

Hablar de la dictadura
Te das color y además te dirán que hasta cuándo con el tema de la dictadura, que ahora el contexto es otro. Muy frecuente en circuitos artísticos donde lo que la lleva es dejar la dictadura atrás.

Hacer algún tipo de ejercicio
Es muy darse color decir que haces ejercicio, pecado mortal compartir que corriste no sé cuántos kilómetros porque algún obeso que acaba de hacer check-in en un KFC se puede sentir incómodo.

Alguien dirá que el problema no es hacer todas esas cosas sino “alardear” al respecto. Curioso considerando que no hay ningún problema con que un tipo o tipa actualice diariamente sus redes con la comida que engulle, las baratijas que compra compulsivamente o las cientos de fotos de sus vacaciones.

Evidentemente hay un patrón común en la censura a ese tipo de contenidos y va en la línea de la reproducción de individuos sin capacidad de pensamiento crítico. Estamos en una estructura donde quedas de listo si te pones a argumentar contra el vegetarianismo sin haber atendido antes la discusión urgente sobre el sufrimiento animal y la venenosa industria alimenticia. Eres alguien que se jura posmoderno al ignorar la vigilancia corporativa en Internet, que cree que está haciendo un análisis sociológico cuando ve basura en la tele, que cree que ver una serie o escuchar a Guarello es culturizarse y equivale a leer, que se jura tan avanzado que ha superado la división de género, las injusticias de la dictadura.

Yo cada día estoy más mala para tuitear porque francamente ya no soporto a tanto hueón tonto que se jura vivo. Así como las estructuras dejan una huella e influencian las producciones culturales, lo mismo ocurre con las redes sociales. Es por esto que este texto no es tanto una victimización sino una crítica por involucrarse seriamente en algo tan tonto como Twitter. Es obvio que nada demasiado inteligente puede salir de una plataforma donde sólo te puedes expresar a través de frases de caracteres limitados. Hay algo político en la obligación de comprimir tus pensamientos e ideas a lo mínimo y el resultado está a la vista con una masa de gente que cree que lo está haciendo regio informándose y creando contenidos en base a oraciones cortas.

El canal determina el mensaje y hay que usar canales menos estúpidos si es que estamos en búsqueda de profundidad y relevancia. Un avance claro puede ser la reapropiación de plataformas tecnológicas que permitan formas de expresión sin ataduras a los modelos de los proveedores de servicios. Nunca habrá un afuera de la sociedad capitalista pero sí es posible la creación sin una empresa digital directamente sobre tu hombro, pienso en los blogs, en las redes sociales abiertas, en codificar tú mismo tu sitio web, todo por supuesto con un claro paso hacia la acción en el mundo real. Basta de ser tan ocioso, están a la vista las evidencias que prueban cómo las redes sociales nos hacen más tontos, menos lectores, donde se condena la diferencia y el pensamiento crítico, con la jugada maestra en acción al vendernos la idea que en realidad estamos siendo súper opinantes e influyentes.

Y es que si creemos que ser reflexivo e inteligente es darse color mejor cerremos por fuera.

¿Cómo hacer más soportable el trabajo? Consejos a partir de George Orwell

Por la edad, un gran número de amigos están enfrentando por primera vez el significado del trabajo asalariado en la forma de una dinámica indestructible en la que vas a estar envuelto toda tu vida. Los sueños quedan atrás y dan paso a un futuro de rutina sin sentido ¡Una tragedia!

A veces pienso que en el futuro los historiadores revisarán nuestra época y se asombrarán tanto cuando sepan que los seres humanos de nuestra civilización dedicaron ocho horas diarias mínimo a una tarea que en muchos casos es tremendamente tonta y que probablemente no importaba en lo más mínimo a quienes la ejecutaban. Que esta rutina se extendía durante toda la vida hasta la tercera edad y que los verdaderos beneficiados fueron unos ultra millonarios que el trabajador nunca conoció.

Quiero llamar a la abolición del trabajo. Estén atentos a mi manifiesto al respecto. Pensar cómo no trabajar es algo a lo que dedico tiempo constantemente e insto a hacer lo mismo a quien quiera escuchar mi canuteo ya que creo que todos los seres humanos no vinimos a este mundo a cumplir una jornada laboral. Pero como por el momento debo mantenerme económicamente de alguna forma ya que no nací cuica ni vivo en un país con seguridad social, a partir del ensayo de mi ídolo George Orwell “Politics and the English Language” y del artículo del Guardian de James Gingell “George Orwell, Human Resources and the English Language” y de mi experiencia propia como trabajadora y como investigadora en ciencias de la administración hice unas recomendaciones para vivir un poco más tranquila con el trabajo que a una le tocó:

1. Entender que no tiene nada de raro odiar el trabajo, que es normal pasarlo mal, que hay mucho tiempo gastado en tonteras, que hay que interactuar con gente hueona

Uno no es amargado por odiar el trabajo ¡Qué tontera! Por lo general la mayoría de los trabajos son ensimismantes en sus rutinas absurdas, ya sea por la monotonía, porque es agotador, porque en realidad estás sólo calentando el asiento para cumplir un horario o porque simplemente tu trabajo no le aporta nada significativo al mundo. Te están pagando por hacer esas tareas que no te gustan pero el precio es tu vida. No puedes ir a echarte una media mañana al parque a leer, no puedes simplemente no querer ir. Tu empleador te roba la vida así que me parece lo más normal odiarlo. Además ¿Has conocido a esa gente que se pone la camiseta por su trabajo? ¡Son las peores personas del mundo! Jamás me juntaría con gente así, obviamente son de esa forma porque no tienen ni vida ni amigos reales y todo su desarrollo personal pasa por la empresa que les paga el sueldo.

Por otro lado inevitablemente en el trabajo uno tiene que interactuar con todo tipo de gente, por simple estadística te vas a encontrar con perfectos imbéciles y tendrás que responderles sus correos hueones con preguntas hueonas, soportar a personas histéricas, a los camiseteados descritos anteriormente, a gente a la que francamente no le dirigirías nunca la palabra de forma voluntaria ¡Y lo peor es que tienes que ser cordial y buena onda! (es mi recomendación serlo en todo caso, no vale la pena enojarse por algo laboral). En resumen el trabajo es un espacio lo suficientemente penca por definición como para que no sea normal odiarlo. Si no lo odias crearás una distorsión en tu cerebro sobre lo que está bien y lo que está mal y te será imposible distinguir la esclavización de lo verdaderamente hermoso de la vida.

2. No darle importancia desmedida

El virus del neoliberalismo nos ha hecho asociar con demasiada naturalidad que somos nuestro trabajo. Puede serlo si es que tienes la suerte de trabajar en algo bacán y que sea un aporte al mundo (situación del 0,0000000000001% de las personas). Pero en un mundo de trabajos tan precarios una idea así sólo puede desanimarte. Si pensamos en la teoría de la explotación de Marx más desolados quedamos al hacernos la idea de que la mayoría de los trabajos piola consisten en tomar un rol intermediario entre un millonario y alguien que efectivamente está haciendo un trabajo real.

Además, por muy codiciado que sea el trabajo que encuentres, nunca va a satisfacer tus necesidades espirituales. Piensa en los gerentes y su plata que no les sirve para dejar de verse viejos, para dejar de ser aburridos.

Obvio que la vida está fuera de la oficina, de la empresa. Está en los libros, en los amigos, en el espíritu propio en permanente búsqueda. Si ya estás en un trabajo terrible lo mejor es mantenerlo bien lejos de tu alma y a las seis de la tarde olvidarte como si no hubiera lunes.

3. Identificar a tu opresor inmediato

Algo muy terrible del mundo laboral es la idea de institucionalidad sobre todo, donde entes inexistentes dictaminan qué se hace y qué no se hace. Muchas cosas las asumimos gracias a este lavado cerebral que los empresarios llaman «cultura organizacional», creemos que HAY que trabajar ocho horas al día, que HAY que llegar temprano e irse tarde, que NO SE VA A PODER subir tu sueldo. Respetamos esas ideas como si fueran mandamientos de algún dios y en realidad son reglas que inventó un tipo y que el tipo que tienes delante tuyo, tu supervisor o jefe, tiene la posibilidad de cambiar estos entendimientos. La magia está en que él le echa la culpa a esa institucionalidad inamovible de todas sus mezquindades cuando lo que de verdad pasa es que ÉL no quiere subirte el sueldo, ÉL no quiere que trabajes poco ni que veas la luz del sol. Esta persona nunca va a asumir su responsabilidad en el asunto pero sí me parece útil ser un trabajador informado y detectar con claridad quién es el infeliz que se empeña en hacer tu vida miserable.

4. No caer en las trampas tecnológicas que invaden tu vida

Muchas veces pensamos que la tecnología es neutral, que todo servicio que aparece está ahí para ayudarnos. Es el caso de miles de aplicaciones para tus dispositivos que te tienen todo el día invadido de notificaciones mientras juras que te están ayudando a ser productivo. No es necesario tener las notificaciones del mail de tu trabajo en la bandeja de entrada de tu celular, ni del chat de tus compañeros, ni los eventos laborales en tu calendario personal. Vaya que caga la onda que sea fin de semana y te llegue una notificación de un mail tonto de una lista de correos que no te importa, o de un compañero con un comentario que ni siquiera te incumbe ¡Lo arruina todo!

Además, quién chucha quiere ser hiper productivo, como si no fuera suficiente entregarle más de la mitad del tiempo en que estás despierto a una institución, resulta que ahora hasta los segundos del día que dedicas a mirar el techo son interrumpidos por estas herramientas en nombre de la productividad.

5. No caer en las trampas del lenguaje buena onda, usar un lenguaje de ser humano normal

¿Hay algo más desagradable que una empresa «buena onda» con sus trabajadores? Que no te trata de empleado sino de “colaborador”, de “partner”. Que cuando te quieren desviviéndote trabajando para el beneficio de ellos te llenan de un dialecto sin sentido abundante en anglicismos y te juran que no se trata de un dueño y sus esclavos sino que de un “equipo”. Orwell fue claro en considerar el uso del lenguaje como algo clave en la opresión social, y de cómo lo que en un principio fue un efecto se convierte en una causa de más y más opresión. Vivimos en una sociedad decadente que nos engaña a diario, que inevitablemente deviene en un lenguaje decadente y engañoso ¿Han escuchado hablar a un jefe? ¿Se han fijado como en un momento lo ves hablar pero lo que está diciendo parece más propio de un robot que se aprendió un guión que de un ser humano? Todo jefe está mintiendote, embolinándote la perdiz para defender lo indefendible, sólo hay que alejarse un poco y ver con claridad cómo el engaño toma lugar.

Los jefes no dejarán de ser así, al menos no hasta que destruyamos el sistema capitalista, lo que sí podemos hacer, y es lo bonito y esperanzador del ensayo de Orwell, es contribuir a un uso del lenguaje honesto. Detenernos cuando nos damos cuenta que estamos hablando por defecto, con expresiones por defecto, emociones y abstracciones por defecto. Detengámonos, pensemos en sensaciones, en imágenes, alejemos un poquito al lenguaje porque las palabras más apropiadas vendrán después de esa reflexión necesaria. La clave, citando a Orwell, es dejar que el significado escoja la palabra.

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¡Abolición del trabajo ya!

Patriarcado social media

Mi resentimiento con los hombres no sólo es por la tonelada de privilegios que ellos tienen y que yo nunca tendré. Es también por todo el tiempo que me han hecho perder por estar preocupada de cómo tener romances con ellos.

Es cierto que son hermosos, que es para derretirse cuando derrochan seguridad y te agarran del brazo para llevarte a algún plan que ni te imaginas.

Pero creo que les he destinado demasiado tiempo de mi valioso cerebro.

Típico que una se entera de tantos músicos, escritores, científicos, que todavía van en el colegio y están haciendo cosas asombrosas: Rimbaud desde los 12 escribiendo poemas espléndidos, Alan Turing convirtiéndose en un experto de la criptografía a los 15, Jarvis Cocker fundando Pulp a los 15 también. Yo a esa edad estaba preocupada de gustarle a un cabro que su banda favorita era Incubus ¡Incubus po!

Lo peor es que hay mujeres adultas que siguen en la misma: dedicadas a gustarle a los hombres ya sea desde la idea mujer buscando pololo o mujer “liberada” cuya vida está centrada en acumular hombres. Esta triste realidad no sería posible sin la complicidad de las tecnologías de Internet que hacen que vivamos para eso: para ser mina en Instagram, para ser unas sicópatas de Facebook, para dedicarle horas al Tinder.

Qué deprimente.

Como si no hubiera nada mejor que hacer.

La vertiente de las tecnologías que más me interesa es cómo su construcción técnica es capaz de determinar nuestro imaginario personal y social. Cada vez es más difícil distinguir los límites entre mente y máquina, entre cuerpo y máquina. Me aparece una alerta en el teléfono avisando que tengo que acostarme con el tipo que la empresa Tinder me sugirió y el filtro que inventó un técnico de la empresa Instagram se superpone a mi fotografía y devengo en un ser aceptable para los circuitos virtuales.

En el Manifiesto Cyborg, Donna Haraway propuso la posibilidad de la tecnología como un argumento para el placer en la confusión de los límites, una posibilidad post-género de identidades cyborg parciales y contradictorias en su relación con las máquinas. Esto definitivamente no ha ocurrido. Las relaciones de poder están intactas. Las estructuras patriarcales como la familia, la acumulación y la mujer como vasija para la reproducción siguen sólidas. La ideología liberal goza de buena salud en gran parte gracias a las tecnologías de Internet que mediatizan nuestras relaciones al máximo, nos segregan de tal forma que las diferencias se hacen invisibles y nos moldean como seres productivos a diario según las ideas que estas empresas tienen de cómo tiene que ser un humano.

¿Qué nos ofrecen las tecnologías de Internet a las mujeres? Pura banalidad.

Entendiendo la interseccionalidad

La aproximación teórica de la interseccionalidad ha sido un gran aporte para el estudio de las discriminaciones. Intentando una definición se podría decir que la interseccionalidad es un modo particular de entender el domicilio social de determinados individuos o grupos en una red sistemática de opresiones que funcionan en dominios estructurales, disciplinarios, hegemónicos e interpersonales. Me gusta el concepto porque ha superado la interpretación derrotista posmoderna y permite articular activismos críticos.

Patricia Hill Collins es un referente claro al estudiar interseccionalidad. Su libro Black Feminist Thought (que es excelente y que cité para hablar de música y mujeres hace un tiempo) expresa con claridad cómo el feminismo negro es interseccional en el sentido que no obedece sólo a la discriminación de género sino que es atravesado por otros componentes discriminatorios como la raza, la clase y un montón más.

El ejemplo del feminismo negro se puede extrapolar con facilidad a otras condiciones de opresión y en este breve texto quiero hacer ese mismo ejercicio pero desde la pobreza.

Chile es un país donde la multiplicidad de opresiones es de locos, vivimos en lo que debe ser una de las sociedades más clasistas del mundo, donde miramos dos segundos a una persona y ya podemos localizarlo socioeconómicamente. En Chile ser pobre, verse como pobre es una tragedia pero eso no quiere decir que la pobreza no intersecta con otras formas de opresión.

Me da mucha rabia cuando hay que tenerle pena y aceptarle todo a un pobre. Recuerdo una discusión con una persona con estudios de posgrado que me decía que estaba bien que entre fanáticos del Colo Colo y la U se llamaran “zorra” o “madre” porque era una tradición centenaria popular el humillarse tratándose como mujeres. O el caso del futbolista que choca curado y se niega a ser tratado como un ciudadano común haciendo valer un privilegio social que su plata y posición le confieren de una forma indistinta a los delincuentes del caso Penta cuando piden tratos especiales. La gallada apoya al futbolista y sectores de izquierda mencionan que el tipo viene de un contexto de vulnerabilidad social por lo que hay que entenderlo.

El corazón de la teoría de la interseccionalidad radica en lo incompleto del intento de derrotar opresiones por sí solas porque emergen tarde o temprano sectores privilegiados que traicionan a los oprimidos iniciales. Es el caso que menciona Simone De Beauvoir en El Segundo Sexo donde las mujeres de clase alta no se inscriben en la lucha feminista porque privilegian su posición social.

Lo digo como persona pobre: no sirve de nada reivindicar la identidad pobre sin estar consciente de las redes de privilegio que atraviesan nuestra existencia en este universo neoliberal discriminador por definición. Es fundamental identificar nuestras opresiones, como dice Terry Eagleton esa es la clave para nuestra emancipación. Pero un pobre reconvertido en millonario que usa sus privilegios de millonario para ejercer una superioridad que sólo le sirve a sus pulsiones individualistas y burguesas no nos aporta nada a quienes estamos por la conciencia de clase e imaginamos un mundo solidario.

Brienne y Renly

En el capítulo de anoche de Game of Thrones, Brienne contaba la historia de por qué había decidido servir a Renly Baratheon.

Pasó que cuando Brienne era chica su papá la presentó en sociedad para encontrarle marido, ella, grandota y ahombrada no quería participar del evento pero la obligaron.

En la fiesta todos los cabros querían bailar con ella, se peleaban, le ofrecían matrimonio. Brienne no daba más de felicidad, se miraba con su padre y se sonreían por lo bien que estaba saliendo todo.

Pero Brienne alcanzó a escuchar a escondidas a algunos de los invitados riéndose de ella, de lo fea que era. Todo era una broma.

Brienne lloraba destrozada hasta que llegó Renly, ultra-mino hermano del rey. Le dijo párate y sé digna y que no llorara por esos sacos de huea.

Y Renly la sacó a bailar. Todos quedaron impactados porque ese hombre hermoso deseaba estar con esa mujer tan poco femenina. Si los pobres tipos de la broma planeaban un remate, éste no se realizó.

Me cargó la explicación en un principio. No me gustaba que una de las mujeres de la serie que más defiende sus derechos y su dignidad debiera su inspiración a una historia digna de comedia adolescente.

Después cambié de opinión.

Porque hacer como que las violencias cotidianas no te afectan es una mentira, por muy tontos que sean sus fundamentos. Claro, si te educas, llega un momento donde prácticamente ya no te preocupas de los hombres ni de lo pensarán de ti, pero la mayoría de las mujeres crecemos en un entorno donde el fracaso en el amor romántico es el terror más enorme. Y si uno se detiene un poquito se hace evidente que “amor romántico” significa matrimonio, familia y sumisión.

Tras la fiesta esa, Brienne tomó un camino no tradicional en el que no le importó que le dijeran fea, amargada, camiona, qué se cree esta mujer haciendo cosas de hombre (¿Suena familiar no?). Terrible hubiera sido que, al saberse indeseable, se buscara un hombre feo, penca y poca cosa, un peor es ná ¿Y cómo no agradecer de por vida el haber sido rescatada de ese triste destino?

Más significativo aún es que quien la rescató haya sido Renly Baratheon, homosexual.

Pocos son los hombres heterosexuales que ven con claridad las trampas del matrimonio y las estructuras familiares, no lo ven porque es una estructura en la que son los privilegiados ¿Desarrollarme profesionalmente mientras en casa tengo una esclava que me atenderá el resto de mi vida? ¿Qué tiene de malo?

En la capacidad de visualizar esas trampas y de celebrar con alegría el escape de éstas, se fundamentan millones de amistades entre mujeres y gays. El hombre blanco se ha dedicado a mirar con desprecio estas relaciones, burlándose y tratándolas de superficiales, ignoran o prefieren ignorar la profunda solidaridad que representan los vínculos sólidos entre dos personas de grupos históricamente marginados. Si le agregamos un componente de clase, el lazo en términos de significado político puede ser más potente aún.

Estas son las alianzas que harán la revolución. No las izquierdas históricamente machistas.

El privilegio invisible

Hubo una pequeña polémica en Internet por el cargo que ocupa en la Universidad de Chile el hermano menor de Gabriel Boric. Recién egresado de periodismo gana 2.700.000 al mes.

Uno de los portales más tontos del país decía que era por intervención de su hermano diputado. Algo poco verosímil, artificial, pero sobre todo algo muy ingenuo.

¿Por qué gana tanta plata un hombre tan joven? ¿Por qué es él quien tiene ese cargo tan deseado? No es por una intervención poco ética en particular, menos de parte de prácticamente el único diputado decente que existe en Chile, es por algo mucho más desolador, es porque es un privilegiado.

El privilegio es invisible, me decía el profesor Rumens en las primeras clases de teoría crítica, y su invisibilidad es tan poderosa que no sólo el que detenta el privilegio no lo ve sino que todo el entorno parece omitirlo.

Para defender al joven Boric de la acusación, acudió gran parte de la comunidad universitaria. Supongo que es lo que corresponde en estos tiempos de podredumbre política. Pero me pareció que el encandilamiento fue excesivo: estudiantes afirmaron con claridad que su posición actual es fruto de su esfuerzo, funcionarios manifestaron que en vez de reclamar hay que felicitarlo por sus “legítimos éxitos”, Faride Zerán, premiada periodista y su jefa, hizo una declaración pública al día siguiente de la polémica, incluso insinuó que tras el cuestionamiento a su supervisado habrían grupos conspirando.

Todos celebran estos gestos, periodistas de la generación de Boric que deben llegar apenas a fin de mes aplauden y defienden el asunto.

No es normal en Chile tener semejante sueldo y cargo siendo un periodista recién egresado y con escasa experiencia laboral real. Decenas de periodistas que conozco van a cumplir diez años trabajando y siguen ganando menos de un cuarto que lo que gana Boric, hay editores de medios que ganan 700 lucas, yo misma que he tenido la “suerte” de llevar casi seis años sin dejar de trabajar con algún tipo de contrato y que tengo un magíster de una universidad top 50 del mundo apenas gano un poco más de la mitad que el periodista Boric. Para qué mencionar los miles de casos de profesionales cesantes egresados incluso de universidades decentes que viven pegados al computador mirando las bolsas de empleo con la incertidumbre de si les saldrá un pituto pronto o no.

Me indigna que gente que se educó en la universidad pública no cuestione el tema, no para que echen a Boric, eso no me importa, sino para ocupar este ejemplo tan evidente de cómo los mismos trayectos académico-profesionales se bifurcan para siempre cuando se trata de privilegio. En este caso de privilegio por ser hombre, adinerado, que creció con servidumbre, que debe hablar inglés desde que se acuerda, que, en resumen, tuvo tanta suerte de nacer donde nació que al parecer resultó ser un buen cabro toda su vida y hoy es un ejemplo al que todo el mundo quiere y respeta.

El esfuerzo de un cuico lo posiciona en lugares fantásticos. Para que quienes somos de clase trabajadora estemos en esos lugares se necesitan esfuerzos EXTRAORDINARIOS, que implican sacrificios que un rico jamás tendrá que hacer. Y mientras mejor te vaya, más ricos conocerás que están en las mismas posiciones que tú pero que a ellos no les costó nada. Y como si todo lo anterior fuera poco habrá que soportar a los séquitos de esos ricos que, padeciendo una variante del Síndrome de Estocolmo, no tendrán problema en defender las lógicas de la meritocracia e insinuarte que quienes no tienen esa posición son simplemente peores y que a los rubios también se les discrimina.

Lo bueno es que es algo con lo que se aprende a vivir, porque algo pasa, algo para lo que todavía no tengo una explicación clara. Se trata de encontrar una especie de serenidad desde ese odio y resentimiento que nos hace sentir este laboratorio neoliberal llamado Chile. “Comme si cette grande colère m’avait purgué du mal” (Como si esta ira inmensa me hubiera purgado del mal) dice Albert Camus al final de El Extranjero en uno de los pasajes más hermosos de la literatura universal para reivindicar la razón individual ante un mundo injusto y estúpido.

Tal como Mersault, el protagonista del libro, los de la clase trabajadora podemos alcanzar la felicidad en este mundo de mierda donde a las hordas de cuicos sin talento sumidos en la burbuja del privilegio se les celebra todo. Llega un punto donde la buena onda de las élites ya no nos parece sinónimo de “legítimos éxitos” sino un espectáculo decadente, y lo mejor de todo es que cuando llegamos a esa felicidad, el odio que nos llega lo celebramos, nos cagamos de la risa y nos dedicamos a luchar por un mundo digno, igualitario, enriquecedor y sin explotación. Un mundo sin cuicos.

cuico <3

Vi The Internet’s Own Boy

Desprecio tanto a los emprendedores-innovadores- fundadores de start ups. Se disfrazan de progreso y al final del día son sólo unos amantes de la plata.

Y no me molestan tanto los vendedores de humo estilo charla motivacional, ésos sólo son mercachifles sin talento. Los que de verdad me molestan son aquellos con habilidades tecnológicas utilizadas en su totalidad para la lucha por el sueño de ser uno de esos millonarios con más plata que la que podrías gastar en tu vida.

Podría decir que son personas que me entristecen, víctimas de una cultura exitista. Pero no.
Prefiero apuntarlos con el dedo que facilitarles la vida entrando en una espiral de relativización, quiero que sus planteamientos en que aseguran que su trabajo es por un mundo mejor y que la plata viene por añadidura queden evidenciados como las mentiras que son.

Cómo pueden tener cara para vestir las banderas del progreso si lo único que hacen es fortalecer la inmisericorde economía capitalista, cómo pueden tener tanta cara de palo conociendo casos de gente que se ha muerto por poner sus habilidades técnicas a disposición del conocimiento humano como Aaron Swartz.

Estoy segura que a toda esta generación de «emprendedores digitales» el mundo los recordará como las ratas ansiosas de dinero que son, como ratas codiciosas que nunca quisieron desafiar el orden establecido sino que a punta de nuevas corporaciones, nuevas tecnologías de vigilancia e incluso nuevos modos de control económico están construyendo una versión paralela del más crudo capitalismo, un criptocapitalismo.

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La amistad es revolución

La amistad está descaradamente subrrepresentada en las producciones culturales. Son pocas las canciones dedicadas a las relaciones fraternas y no se concibe película que trate el tema de la amistad sin meterle un romance entre medio.

Que el amor romántico está sobrerrepresentado se sabe con mayor claridad. Si la vida fuera como pintan las películas, libros y canciones, las motivaciones de todos los seres humanos se construirían solamente a partir de la búsqueda y encuentro de una pareja.

Pero la realidad es diferente, las personas tenemos muchas otras ocupaciones que anteceden en importancia al amor romántico: el trabajo, la realización artística, la vocación política, la crianza de hijos, los hobbies que apasionan y, por supuesto, la amistad.

Tomo la amistad como punto comparativo porque tiendo a pensar que puede ser en la mayoría de los casos mucho más importante que el amor romántico. Sin ir más lejos, es más factible que una amistad dure toda la vida a que una relación amorosa lo haga.

Las mismas relaciones de poder facilitan que una amistad pueda ser más horizontal y sólida que un romance sujeto a la desigualdad y expectativas de la sociedad patriarcal ¿Curarme y hacer el ridículo en frente del chico que me gusta? No suena tan buena idea porque al día siguiente me podría pesar.

Y mientras el amor romántico te empuja fuerte hacia la construcción de una familia y por ende a la perpetuación patriarcal en términos no sólo del discurso feminista sino también en el ámbito económico de la acumulación capitalista, la amistad invita a la solidaridad, a la igualdad entre los individuos, a cuestionar los supuestos. Son los amigos los que nos hacen quedarnos hasta tarde en los carretes, los que nos impulsan a atrevernos a flirtear con quienes no deberíamos, a probar entonamientos desconocidos, a viajar sin mucha plata porque en realidad no importa tanto.

Y la gente que se empareja se aleja de sus amigos, prefieren o se sienten llamados a una rutina que no tiene plazo final, las noches se vuelven iguales y estáticas en camas donde cada vez hay menos sexo y donde la inercia se siente tan atractiva, porque igual es rica la sensación de quietud total.

He visto cómo me han mirado con un asombro monumental cuando he dicho que después de una reunión de gente emparejada me voy a un carrete con baile, alcohol y drogas. Y yo misma he arrancado de panoramas prometedores cambiándolos por una noche acurrucada en pareja.

La amistad es peligrosa porque cuando es profunda y trascendente puede subvertir la disciplina que se espera de nosotros. Nos hace cambiar emociones televisivas por pensamiento y acción crítica. Nos puede llevar a nuevos entendimientos de la sexualidad, de la vivienda, de la economía. Su subrrepresentación le sirve al capitalismo de familias nucleares, cegándonos, haciéndonos creer que lo que necesitamos son historias románticas.

Por eso amo a mis amigos. Juntos somos revolución.

 

conidino

Neovanguardia en Ases Falsos

Un muy querido amigo, de quien respeto mucho su opinión respecto a la música, me comentaba el otro día lo decepcionado que se ponía cuando en canciones de Ases Falsos que iban de lo más bien aparecía una mención fea contra la tele o los empresarios. Su argumento era relacionado con la fonética de las palabras y de cómo se hace incómodo que en medio de una canción se diga «la tele».

Eso mismo pensaba yo (de hecho a veces todavía lo pienso) al escuchar el primer disco de Ases Falsos, Juventud Americana, al principio no me cabían bien en la cabeza las letras como «los animales nunca se equivocarán» o «le fui agarrando el gustito». Simplemente porque son frases súper feas que da cosita cuando uno las escucha sobre todo en una canción.

Pero no sé lo que pasó entre medio y ahora me encanta Ases Falsos. Hoy entiendo que ese estilo de escritura es una decisión híper deliberada y que claramente es en gran parte lo que los ha hecho destacar y evitar que se conviertan en un nombre más del cementerio de las bandas de rock chileno que dan sueño.

Pensar en estas letras como transparentes y miméticas con la realidad permite que reflexionemos sobre el rol de la subjetividad en el arte e incluso hacer un vínculo con las últimas neovanguardias.

En una primera instancia podríamos pensar que Cristóbal Briceño, el compositor detrás de Ases Falsos, escoge su estilo de escritura para lograr un impacto y llamar la atención en medio de las cosas bonitas que uno podría esperar en la música popular.

O podemos adoptar una mirada en la que el proceso de escritura es menos intrincado y la técnica de Briceño es tratar de mantener una mímesis con el devenir de la vida neoliberal en este caso. Por ejemplo cuando en Búscate un Lugar para Ensayar dice «pongo el caso de una marcha» nos enfrentamos a una frase que podría decir cualquier amigo en algún carrete en casa mientras se discute el tema de la protesta social. No hubo sutilezas, no hubo figuras literarias para enmascarar esa proposición. No hay respuestas para la búsqueda de un sentido porque el sentido estuvo y está en cada oportunidad en que alguien medio entonado en una reunión social te dice «mira, pongo el caso de una marcha…».

Cuando esto ocurre, la obra de arte te interpela de una manera completamente diferente. Excede lo que damos por entendido que tiene que ser una canción. Y en un sentido profundamente benjaminiano y neovanguardista, ubica al artista y a su obra en una posición evidentemente política al desafiar la institución del arte subvirtiendo sus propias reglas, en este caso las de la estética fonética.

Considerando lo anterior, es posible que Ases Falsos sea un gusto adquirido, en el que los talibanes de la música como yo misma tenemos que desprendernos de prejuicios y participar de lleno en el acto literario-político al que las obras de Briceño invitan.

 

Participación en Tú no Existes: Primer Encuentro de Pensamiento sobre Astrud

Felipe Mardones me invitó a participar en un evento irresistible, el primer encuentro de pensamiento para discutir las ideas de Astrud, una de mis bandas favoritas.

Quedé muy satisfecha con los resultados y las interacciones con quienes participaron ¡Hasta prensa tuvo!

Mi presentación está disponible en este link y el resumen es este:

Este texto constituye la seguramente primera lectura de inspiración marxista sobre la obra de la banda catalana Astrud, particularmente la canción Tres Años Harto del disco Mi Fracaso Personal.

Quiero presentar un análisis en torno al trabajo en la sociedad contemporánea considerando el concepto de División del Trabajo acuñado por Karl Marx en El Manifiesto Comunista complementado con la crítica a la condición obrera de Simone Weil. Esta literatura proveerá al texto de un marco teórico que señala un camino que nos permitirá entender mejor las narrativas de la juventud ante el fracaso en las actuales sociedades capitalistas en las que el éxito es la vara con que se mide la experiencia personal. Un éxito que omite lo colectivo y previene de la reflexión crítica respecto a las grandes preguntas de la humanidad.

Finalmente espero proponer guías para develar los vicios que nos mantienen encerrados en la circularidad de la vida capitalista, reivindicando la voluntad, la identidad obrera y la intelectualización de esta última desde una perspectiva colectiva. Atendiendo a estas observaciones podríamos trazar una vía hacia la dignidad en la vida diaria.

afiche

participantes

¡Un año del Club de Lectura!

Pasar a la acción es posible.

Estoy muy contenta que esta idea haya resultado : )

Dejo acá mis respuestas a un cuestionario que me mandaron desde El Mercurio para un reportaje sobre clubes de lectura:

– En primer lugar me gustaría saber cómo nació la idea del club. ¿Fuiste tú una de las creadoras? Y de ser así, ¿de dónde surgió la motivación?

Yo estuve viviendo en Inglaterra mientras hacía un máster, ahí me di cuenta que la gente tenía clubs para todo: para la acción política, para jugar juegos de mesa, grupos de estudio, etc. Yo vivía en Bristol, una ciudad llena de cafés y bares por lo que estos grupos eran muy visibles. Cuando volví a Santiago se me hizo muy claro que la gente vive encerrada en sus casas y si sale a alguna parte, cafeterías, bares, es para puro consumir cosas y sacarles fotos.

– ¿Cómo ha sido la experiencia del Club? ¿Cómo se organizan, eligen los libros, siguen algún esquema en la discusión de los libros?

Me ha gustado mucho la experiencia del club. Nos partimos organizando por Goodreads y después por un grupo de Facebook. Nos juntamos el primer jueves de cada mes en el GAM a las 19:30. El primer libro fue propuesto por los que organizamos la primera reunión (La Pista de Hielo de Roberto Bolaño) y en la reunión misma se elige el libro de la siguiente junta. Las condiciones mínimas son que cueste menos de 10 mil pesos en librerías, que esté disponible en bibliotecas de Santiago y que esté en formato ebook.
Al principio la discusión partía con una breve reseña del autor y discutíamos sobre lo que se nos antojara pero hace varios meses cambiamos a un formato más rígido que nos ha resultado mucho mejor donde analizamos los siguientes puntos: autor y contexto, resumen, personajes, narrador y perspectiva, ambiente y tema, estructura, estilo ritmo y descripciones y finalmente, la parte más larga y que más me gusta: interpretaciones políticas, conclusiones y opiniones personales.
Puede sonar cerrado pero nos ha permitido entender que un libro bueno no es «una volada» de un escritor que se lanzó a escribir, sino que un trabajo muy cuidado que al disectarlo por partes se puede apreciar el genio y el esfuerzo, además de distinguir con facilidad y argumentos un libro bueno de uno malo.

– ¿Cuánto tiempo llevan y cómo ha sido la convocatoria? Cómo cuanta gente asiste habitualmente? Y qué tal les ha resultado?

Esto partió en octubre de 2013 y no hemos parado. La convocatoria varía pero tenemos un núcleo duro de cuatro o cinco personas, una vez hubo una reunión que tocó un 2 de enero en la que leímos En el Camino de Jack Kerouac y llegamos sólo dos personas, también han habido reuniones más exitosas como la de Catedral de Raymond Carver donde llegaron como 15 personas.
Lo curioso es que el grupo de Facebook tiene 130 miembros y todos dicen que están contentos de pertenecer a una instancia así pero no van, o hay mucha gente que encuentra buena la idea y que les gustaría participar pero dicen que no tienen tiempo. Creo que les debe costar el primer paso para dedicarse a leer habitualmente porque yo conozco gente con vidas atareadísimas, personas del mismo club sin ir más lejos y leen igual. Y harto más que un libro mensual.
De cualquier manera estoy súper satisfecha con la experiencia, nos ha permitido conocer nueva gente, nuevos autores, incluso la experiencia del club inspiró a que con otros amigos organizáramos un grupo de estudio de arte latinoamericano para el que nos reunimos periódicamente en un bar de mala muerte del centro.

– ¿Hay algún eje temático (por ejemplo, leer solo libros de mujeres, o de escritores chilenos) o más bien van variando en los títulos?

Vamos variando pero tratamos de cubrir espectros amplios como para no terminar leyendo cosas de un mismo tono. Nos hemos preocupado de leer ciencia ficción, autores chilenos, mujeres feministas. También hemos tomado decisiones para abarcar distintas áreas geográficas como cuando decidimos leer Todo se Derrumba del nigeriano Chinua Achebe o el primer libro de Kenzaburo Oe (Japón), Arrancad las Semillas, Fusilad a los Niños. Dentro del mismo espíritu, el libro de la próxima reunión es La Hora de la Estrella de Clarice Lispector para introducirnos en la literatura brasileña.
Si bien lo que menciono puede sonar muy orgánico sí tenemos una línea editorial básica que corresponde a nuestro interés en evitar los best sellers de vitrina o esos libros como de vampiros, no porque no sean dignos de analizarse (probablemente para mal) sino porque creo que ya tienen suficiente atención del público general.

– Finalmente, ¿qué consejos crees que son fundamentales para que un proyecto así funcione? ¿Seguir algún esquema, tener alguna guía a la hora de la lectura, etc?

En nuestro caso en particular creo que sólo la constancia contra viento y marea. Es triste pero siempre la gente te va a inventar una excusa para no leer, desde que no tienen nada de tiempo como si fueran presidentes de la república o incluso hay gente que encuentra que leer es «intelectualoide» ¿Puedes creerlo? Entonces si uno trata de organizarlos a todos y pescar sus quejas nunca va a hallar la instancia adecuada, y eso que el punto de todo es simplemente leerse un libro. Por eso mi consejo es la rigurosidad para hacerse el hábito.
Desde ahí te das cuenta que la lectura es mucho más que un hábito, no es como ir al gimnasio, no es un esfuerzo que tengas que hacer, al contrario, es una delicia, un placer.

club